Armando Martínez de la Rosa
Patos salvajes y patos urbanos
A fuerza de práctica, adquirí la habilidad de contar grandes bandas de pájaros al vuelo. Me maravillaba ver en las mañanas de caza los gigantescos agrupamientos de patos y huilotas volar en orden, con un guía al frente señalando la ruta. Me preguntaba cuántos animales habría en esas congregaciones. Mera curiosidad, puro ocio.
Como es imposible a simple ojo contarlos con precisión, pues pasan a tal velocidad que apenas dan un minuto o un poco más para el conteo. Entonces, se me ocurrió un método asaz simple. Imaginé un cuadrante de un tamaño que me permitiera contar los ejemplares con rapidez. Luego, proyecté mentalmente ese conjunto para calcular cuántos cuadrantes habría en total y luego multipliqué los animales contados inicialmente por el número de cuadrantes que cabían en la gran bandada.
La primera vez pude calcular unos 800 pichichis, el pato residente en México, en una laguna del valle de Colima. Poco a poco, me volví más hábil en el conteo y supuse que mis resultados se aproximaban a la realidad con un margen de error sin importancia. No levantaba un censo, sino un cálculo grosso modo.
Ese mismo método lo apliqué por primera vez a las huilotas cierta mañana nublada de octubre cuando arribaba la migración. Ahí fue más fácil el conteo, pues el gran conjunto mayor se dividía en bandas de 60, 80 y hasta 100 bichos con un cierto lapso entre la aparición de una y otra. No recuerdo el número resultante, pero fueron miles. Lo siguiente fue más difícil para mí y mis amigos: precisar el sitio donde bajaban. René (qepd) lo intuyó y acertó.
En otra ocasión, mi hijo Armando, un grupo de amigos y yo contratamos una cacería de gansos en una laguna de Jalisco, con unos individuos que se hicieron pasar por concesionarios de una Unidad de Manejo de Vida Silvestre y no lo eran. La cacería resultó exitosa y por suerte no hubo autoridad que nos exigiera documentación alguna.
Antes de que el ganso azul o de las nieves, que tal era la especie por cazar, levantara el vuelo desde sus dormideros, al espejo de agua arribaron los patos cuando aún el sol se desperezaba. Comenzaron a llegar primero cientos, luego miles hasta casi cubrir el extenso espejo del agua. Y no podíamos disparar antes de que los gansos volaran. Nunca he vuelto a ver tal congregación de ánades.
En ese mismo lugar, una tarde de los varios días que estuvimos acampados a la orilla de la laguna, fuimos a tirar a la huilota a un sorgal. Hubo una buena cantidad. Pero antes que las palomas, llegaron los tordos. Miles y miles volando sobre nuestras cabezas, podríamos haber capturado algunos al paso con la mano de tan bajo que volaban. Casi se estrellaban en nosotros.
Los patos urbanos son fáciles de contar. No hay tantos en la ciudad, pero al menos los pichichis y las chachalacas han felizmente prosperado y sienten suya nuestra urbe. Podemos ver esas aves, sin que nadie las moleste, en parques y jardines, en los árboles de las calles, y en el Parque Regional hasta antes de la remodelación. Espero que con el regreso de la calma a ese sitio, vuelvan las aves.
Merece señalarse una pequeña banda de pichichis en el corazón de Colima. Supongo que anidan en el jardín Torres Quintero, porque se les ha visto caminando con sus pollos en la calle Morelos y meterse como Juan a su casa en negocios del rumbo, como la pata con sus crías que muestro en la foto de hoy. No es la primera vez. Los orondos padres pasean a sus patitos en el centro colimote y visitan las tiendas como si fueran de compras.
Así es la vida en Colima, al menos uno de sus benditos rostros amables.
(Foto: Pareja de patos pichichis con crías ingresaron a una tienda de la calle Morelos, en el centro de la ciudad.)