Armando Martínez de la Rosa

La paz, qué bien, ¿ y..?

El mundo cree respirar tranquilamente de nuevo porque Israel e Irán aceptaron un cese al fuego en su guerra que duró 12 días.

¡Hombre, qué bien!, ha dicho el mundo occidental que no acaba de entender la complejidad de las relaciones de amor y odio entre los países del Medio Oriente, países con culturas milenarias y que, sin embargo, han sido inventados como naciones hace poco por los eternos invasores de territorios ajenos en busca de riquezas, tesoros, petróleo, tierras raras y todo eso que es tan apreciado en las civilizaciones de acá, de este lado del planeta. Bueno, allá también el dinero manda entre los señores del poder y de la guerra.

Ahora han sido Israel e Irán. Se lanzaron misiles y parecían dispuestos a continuar una guerra, una más de esas en que mueren los civiles mientras los primeros ministros, generales, ayatolas y héroes del plomo y de las bombas están bien cuidaditos en sus búnkeres. Tan terroristas unos como otros. Y ahora que Estados Unidos lo dispuso, se van a sentar a firmar una paz que puede durar el día y la víspera, semanas, meses o algunos años. Después, la industria militar volverá a inventar conflictos donde podría no haberlos si no se metieran por delante los intereses de los poderosos.

¿Cuáles intereses? Los de aquellos que quieren controlar el Medio Oriente para enfrentar así a quienes llaman enemigos, pero se sientan con ellos a repartirse los negocios, el oro, la plata, los metales raros y el tránsito de mercancías. Ahora es la guerra por el control de lo que hace muchísimos siglos fue la Ruta de la Seda y sus alrededores. Desde ese ombligo del mundo, Estados Unidos, China y Rusia disputan el control del planeta.

Son los territorios donde surgió la civilización (Persia, hoy Irán e Irak), donde nacieron las 2 más influyentes religiones, el cristianismo y el islamismo, donde brotó la democracia occidental basada en la cultura judeocristiana -la nuestra- de igualdad de los hijos de Dios (Israel). Fue ahí, no en Grecia, como cuenta la historia tradicional con cara de historieta.

Así que todo mundo descansa ahora, incluidos los ayatolas y otras pantomimas que vieron cerca el fin de su poder y de su vida. Y también los Netanyahus que se aferran al gobierno y al poder porque de otro modo los espera la cárcel. Tan terroristas unos como otros.

En los días por venir, veremos cómo se doblega la dictadura fanática de Irán para mantenerse en el poder. Porque perdió la guerra esperando la ayuda de sus aliados que nunca llegó. Los amigos del ayatola calcularon que ayudarle es mal negocio, y tenían razón.

Respiremos, pues, por la paz. Pero quizá no nos apresuremos, porque en el jolgorio supuestamente pacifista hay un prietito en el cuscús y otro en el falafel servidos a la mesa. Se trata de otra mesa, una que está vacía, desierta desde hace meses, la de los habitantes de Gaza. Israel ha bloqueado la ayuda humanitaria y muchas personas, muchísimas, están muriendo de hambre ahí. Sí, son árabes, pero no terroristas, sino víctimas de la guerra entre terroristas de uno y otro bando, de los que se dicen hijos auténticos de Yavhé y de Alá.

Ahí salen a la calle los hambrientos a pedir algo de comer a otros que procedentes de países bien alimentados pasan por casualidad. Gaza, la de los hambrientos, Gaza la de los marginados del planeta, Gaza la de los enfermos sin medicinas, Gaza la de las víctimas de las guerras y los muchos terrorismos, la Gaza donde los niños mueren de inanición.

Al menos a los cristianos hay que recordarles el Evangelio: Dad de comer al hambriento.

Mientras haya niños muriendo de hambre, como en Gaza pero no sólo ahí, la celebración de la paz carece de sentido.