Armando Martínez de la Rosa
Pandilleros de los montes
Más bien pequeños, hiperactivos, grandes trotadores e inigualables trepadores de pedregales, laderas de tierra suelta y de árboles, los tejones son los pandilleros de los montes.
No es que les guste la camorra ni que anden de buscapleitos, pero van a pelear con notable valor contra el bicho que los acose. Su capacidad bélica se atiene a las filosas y largas garras de sus patas delanteras que pueden ser mortales para animales de su talla y hasta más del doble.
En contraste, el tejón (Nasua narica) es una bestia de cierta belleza. Su cara alargada en una sensible nariz donde aguarda un potente olfato y los ojos vivaces y redondos, grandes, le aportan una presencia simpática, como de una cría cuyas facciones nunca madurarán.
Por los montes se desplazan en grupos numerosos. Los he contado de hasta 20 individuos. Marchan alegres de la vida, sin preocupación por el escándalo que provocan y que se escucha a cientos de metros cuando caminan con premura, tal vez atenidos a la fuerza que da el grupo, la pandilla. Peregrinan hembras, machos jóvenes y crías, cuando las haya. Caminan a sus comederos de frutas silvestres y a los bebederos. A veces se detienen a hurgar en la hojarasca para comer insectos. Al llegar al abrevadero, se desbordan de gusto y arman otra fiesta de ruidos, chillidos y trote bullicioso. Luego se alejan.
Tuve la suerte de que una manada subiera una tarde temprano a un mojo muy alto, de por lo menos 35 metros. Y allá los tejones armaron el circo comiendo las bayas del mojo hasta hartarse. En las pocas ramas del árbol, se convirtieron en trapecistas. Su larga cola les ayuda a equilibrarse y de timón cuando saltan de una a otra sin temor al vacío. Mientras esperaba un venado en el abrevadero, la manada de tejones dio para mí una función circense. Un privilegio sin pagar boleto.
La carne de tejón es un manjar. Pocas viandas de monte como esa. Tiene un sabor a hierbas y deja en el paladar un regusto a aromas de monte, sobre todo cuando se evita sobrecocinarlo. A veces, se prepara birria con su carne. A mi juicio, es un sacrilegio porque se pierde el sabor original del bichito.
Nada fácil de cazar, por cierto. En cierta ocasión, mi compadre Cándido Cárdenas y yo nos encontramos una manada numerosa de tejones en una mojotera. Para abatir 7 bichitos entre ambos, disparamos no menos de 30 veces para bajarlos de las alturas de los mojos donde se escondían. Valió la pena.
Hay un tejón mucho más grande, fuerte, bravo y pesado. Es el tejón solitario. No es otra especie, es la misma Nasua narica. Pero esa será historia de días por venir.