Rogelio Guedea
30 años con Blanca
Hoy cumplo treinta años de casado con Blanca, mi mujer la Güera, quien se ha convertido en una especie de figura omnipresente en mi vida: es la protagonista de todas mis novelas (siempre con un nombre distinto pero sin dejar de ser ella misma transfigurada en las muchas mujeres que es), es la destinataria de mis poemas, o la testiga fiel de mis ensayos, la primera y última lectora de lo que escribo, pero también una mujer de carne y hueso que se queja o reprocha, maldice y hiere, del mismo modo que es un ángel de alas grandes y aterciopeladas, a veces es el colibrí del árbol de nuestro patio interior, o es mi recuerdo, o esa luz caliginosa que recubre mis sueños, o el deseo que tengo de lo que no existe.
Blanca ocupa un lugar en cada uno de mis huesos, es ahora mismo la sangre que me recorre las arterias y hace bombear mi corazón, mi mano derecha con la que compongo estas palabras o mi ojo izquierdo con que leo. Son treinta años de dormir y despertar en el hueco que está al lado de su cama y ella es entonces la camisa que me pongo todos los días, los zapatos de mis caminatas vespertinas, ella es todas mis palabras. Sé que es cursi lo que digo, pero entre tanta muerte que vivimos todos los días en este nuestro paraíso ensangrentado, tengo la certeza de que lo cursi es lo único que podrá salvarnos. El amor ha devenido en nuestra redención. Y estos treinta años con Blanca significan eso: que todavía hay esperanza y el porvenir existe.