Armando Martínez de la Rosa
La caza nocturna o el arte del desvelo
En muchos países y en estados de algunas naciones, entre ellos México, la caza nocturna está prohibida. Buena parte de mi ya larga vida de cazador, respeté esa disposición y me costaba un trabajo enorme hacerme de un buen ciervo cazando sólo de día. Ocasiones hubo en que durante tres temporadas continuas me quedé con el cintillo en la mano.
Bueno, en ese tiempo aún no se inventaban los cintillos, esto es, no se copiaba el sistema estadounidense. Comprábamos el permiso en una suerte de cartulina que llevaba nuestros datos, fotografía y especie a cazar. Se pagaba en Hacienda, en ventanilla, y sanseacabó. Ahora se sigue pagando a las oficinas del fisco, pero median los bancos y hay que pasar por un infierno de trámites tan enojosos como absurdos. Nuestro mundo está construido en la amalgama de la burocracia en todos sus órdenes. Hasta para ser legalmente ciudadano priva la burocracia como en la relación con los gobiernos, el ejército, la iglesia, los tribunales, los bancos, las grandes empresas privadas. Tal la razón del bien ganado prestigio de quienes conservan la virtud del trato personal y amable, el saludo en la calle y la sonrisa al llegar a un sitio cualquiera.
Decidí hace muchos años cazar también de noche cuando me di cuenta de que era yo el único tarugo que respetaba la prohibición. El resultado fue no una mejor caza sino algo superior, el descubrimiento de las artes del desvelo, las delicias de los bosques y selvas nocturnos, el disfrute de la vista al cielo y el oído en la profundidad de las oscuridades serranas, como si el mundo se me hubiese multiplicado por cinco y potenciado la vida. Ya no importaba tanto cazar el bicho, sino estar cazando de noche.
Tengo la extraña habilidad de permanecer largas horas, más de 24, despierto sin problema alguno [en cierta ocasión conduje un auto por casi 30 horas con apenas cortos recesos], combinada con otra, la de dormir profundamente a voluntad y de inmediato apenas me lo propongo, lo mismo en un amable colchón que en el suelo pelón de la montaña, sobre una viga de palma y un tabicón de almohada, en una hamaca o sentado en una piedra recargando la espalda en el tronco de un generoso tepehuaje.
Para el cazador nocturno, la frontera entre el sueño y la vigilia es tan sutil que mantenerla inviolada demanda esfuerzo y práctica. Por ejemplo, encontré una forma de dormir un minuto sentado, con la escopeta en mano, mientras espero la llegada del venado. Tan corto tiempo es altamente reparador y ayuda a permanecer en vigilia al menos una hora más sin dificultad.
Entre las artes del desvelo, la de levantarse temprano es una relevante. Hay que estar a tiempo, bien avituallado y presto al esfuerzo a la hora acordada con los amigos, frecuentemente a eso de las 5 de la madrugada. Para un periodista, es un horario complicado porque ha de saber el lector que los tecleadores profesionales solemos trabajar hasta los alrededores de la medianoche y, por tanto, estar de pie a las 5 implica dormir sólo unas pocas horas. Tal mi caso. Pero me adapto.
En hombres de tacto nos convertimos muchos cazadores nocturnos. No es que seamos gente prudente ni comedida en el trato, sino llanamente usuarios frecuentes del sentido del tacto. Es útil en la oscuridad, cuando se busca algo en la mochila a ciegas para no encender una linterna: agua, el termo del café, comida, cigarros, guantes, bufandas, abrigos [las noches en la montaña son casi siempre congelantes].
Cazar de noche es labor exigente. Se prescinde casi por completo del sentido de la vista a la que el oído suple, demanda vigilia constante, resistencia a la tentación de dormir “nomás un ratitito” que en la hamaca se vuelve horas, y sobre todo conocimiento para distinguir, en el caso de los ciervos, al macho de la hembra, al adulto de la cría. Para eso no hay pretexto que valga.
Es absurdo, a mi juicio, prohibir la caza nocturna. Pero en el mundo donde las burocracias mandan en la vida entera, qué le vamos a hacer sino burlarnos de esa burocracia lo mismo si es gobierno, clero, fuerza armada o capital privado. Gocemos este “corto verano de la anarquía” que a veces la vida nos ofrece.
P.D. Le recomiendo, si me lo permite, la lectura del libro El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Durruti, (que a su vez me recomendó Armando, mi hijo), de Hans Magnus Enzensberger, editorial Anagrama. Condensa el sueño de muchos de vivir en paz sin necesidad de autoridades como lo intentaron los anarquistas españoles en la segunda y tercera décadas del siglo pasado antes de ser traicionados por los comunistas y masacrados por el franquismo.