Armando Martínez Orozco
Hasta el momento, no sabemos cuan limitado es el poder de Jesucristo frente a los terribles y no tan desalmados actos de la humanidad.
Este es el mejor de los escenarios posibles: el Cielo, hombre y sin embargo está plagado de muerte, prostitución, drogadicción y más de un espanto diario. Cuando Dios creó el mundo, las maravillas ya estaban dadas, el contacto con la naturaleza sólo servía para darles refugio y alimento al hombre y la mujer y la lluvia solo era el triste canto de nuestros fallecidos.
Sabrá usted diferenciar entre el Bien y el Mal y encontrará razones no evidentes para darle una oportunidad a Jesucristo en su corazón. Afortunadamente en el Cielo, nuestro pecho no late a la izquierda ni a la derecha, sino hacia el amor y la compasión de Dios. Si usted piensa que sólo el discurso y no los hechos de su Fe en Jesucristo podrán darle la vida eterna, tal vez debería darse cuenta de que toda resurrección implica recuperación de la memoria, la sensibilidad y el correr de la sangre sobre el cuerpo.
Los muertos ríen todo el tiempo porque están tristes, porque no tienen alimento, porque han perdido el hambre, la esperanza y se alimentan de lo que Dios pone en su mesa, sea cual sea el platillo. La vida eterna no se hizo para perderle el miedo a la muerte pero sí para darnos cuenta de que el amor a la vida implica bastante dolor. Dolor de saberse vivo entre fantasmas, dolor de contemplar el hambre, dolor de ver la esclavitud hecha modernidad y por ello no esperamos más que ser sanados por Dios, donde se encuentre él y su promesa de noches tranquilas y soles bienaventurados y piadosos.
Dios no habla pero hace, reconstruye, pacifica, crea y poco argumenta contra quienes nunca le darán la razón que no es más que respetar al otro para que tenga una segunda oportunidad en el Cielo. Por eso, solo me queda decirles: la resurrección no es la gran cosa pero vuelve el alma al cuerpo y todo su taciturno apetito. Bienaventurados los pobres, que de ellos es el reino de los cielos.
