Armando Martínez de la Rosa
Sabbath
Apenas rompía el alba cuando ya estábamos colocados en los puestos de tiro en torno a una extensa laguna en Jalisco.
Habíamos contratado una cacería de gansos nevados en una Unidad de Manejo Ambiental con autorización de aprovechamientos cinegéticos, que en lenguaje entendible se dice un cazadero legal.
Nos prometieron una gran cantidad de gansos y patos a los que tirarles. Y nos dieron un buen precio, ni caro ni barato. Incluía 2 días de caza, cintillos de aprovechamiento, sitio de acampar, alimentos y guías. Nos reunimos unos 12 cazadores de Colima, entre ellos Armando, mi hijo, y varios amigos.
Un excelente ambiente hubo en el campamento y se cumplieron los ofrecimientos de los organizadores… todos, menos uno. Ya lo veremos.
La primera mañana, Armando y yo fuimos ubicados en un puesto enfrente del primer tirador, el espejo de agua de la laguna de por medio, que en ese tramo tendría unos 300 metros de anchura. Hacía frío.
El acuerdo era disparar primero a los gansos nevados y después libremente a los patos, pues los gansos aguantarían unas pocas rondas de tiro y después se alejarían de la laguna en busca de otro refugio.
El nevado es un ganso de tamaño menor, de entre 3 y 5 kilogramos de peso. Blanco el plumaje, eleva pronto el vuelo y es difícil acertar los tiros, condición que agregaba interés a la cacería. Anida en los límites del círculo polar ártico y a finales del otoño emigra al sur. A la laguna donde estábamos llega porque encuentra ahí una especie de pasto que no halla en otros sitios. Su población es abundante e incluso ha generado problemas ambientales en sus zonas de anidación -donde comienza el círculo polar ártico- a consecuencia de su sobrepoblación.
Estábamos a la espera del primer disparo, frente a nosotros, y apenas clareaba la mañana. De pronto, escuchamos un zumbido parecido al de las turbinas de un avión cuando las están calentando para iniciar el despegue. Miramos al cielo y vimos una primera gran banda de varios cientos de patos. Se posaron en el agua cerca de nuestro puesto. Momentos después, una banda más. Y en seguida, muchas a un mismo tiempo, una tras otra. Eran miles de animales, de varias especies, incluidos los golondrinos y los de collar. En menos de media hora, las aves cubrían el espejo de agua. Miles y miles de ánades estaban ante nuestra vista y seguían llegando otros a ocupar los pocos espacios que quedaban libres. Es difícil contener el disparo, pero resistimos. El agua desapareció a la vista de tantas aves posadas.
Y vino el disparo del puesto de enfrente y varios más lo siguieron. Volaron los gansos nevados hacia nuestra izquierda, viraron hacia nosotros y pasaron alto. Armando abatió uno que cayó a unos 100 metros del puesto. Lo recogeríamos más tarde. En el segundo giro de las aves, mi hijo abatió otro. Los otros compañeros tiraban también. Y ya en esa circunstancia, disparamos a los patos. Uno tras otro caían. Nunca había estado en una cacería de pato con tantas oportunidades de disparo.
Por la tarde, la tirada fue menos productiva, aunque Armando encontró un charco donde abatió unos 30 patos.
En la noche, en el campamento hubo un gran ambiente. Cena, bebidas, plática larga hasta que llegó la hora de dormir.
A la mañana siguiente, los gansos volaron, aunque fueron menos. Y por la tarde, sólo patos.
Un año después, quisimos contratar de nuevo una cacería. Y en la búsqueda de los organizadores, nos encontramos con que la UMA no estaba autorizada y que en la temporada anterior habíamos pagado por una cacería ilegal por la que, sin saberlo, pudimos tener serios problemas con la ley.
Jamás volvimos.