Armando Martínez de la Rosa

Babelia junto al río

Vinimos a Lisboa porque me dijeron que aquí operaban los médicos que me curarán, digo con préstamo de la legendaria frase de Rulfo al iniciarse Pedro Páramo.

Para ahorrar euros -no sobran ni muchísimo menos- hubo que sacrificar infinidad de cosas y planes, ingeniárselas para comprar más baratos los boletos de aquí para allá y de allá para más lejos, y así fuimos de Colima a la Ciudad de México, de ahí a Cancún y desde este balneario atestado de turistas a Madrid en viaje sólo reposado un día antes en el antiguo Distrito Federal. Y de la capital española de inmediato en autobús a Lisboa. Aquí estamos, entonces, a la orilla del mar y del magnificente río Tajo.

Sí, un buen ahorro de euros, pero ¡qué viaje más pesado! Quiero proponer que los usuarios de aerolíneas pongamos a prueba a los diseñadores de los asientos de los aviones Airbus 321 A y 351 A y los llevemos a juicio ante la Comisión Universal de Derechos Humanos por el delito de tortura. Poner a viajar a cientos de personas en sillas más inflexibles que las bancas de madera que usaban los camiones que iban hace 50 años ranchando entre Colima y pueblos alejados es un crimen de lesa humanidad. 9 horas sentado en piedra va el pasajero. Tampoco puede reclinar el asiento, que va acomodado en bancadas de 3 por lateral de 3, esto es, 9 pasajeros por línea y 30 y tantas líneas contando al fondo.

En suma, alrededor de 300 almas torturadas por casi medio día, sin contar que ya recibieron castigo antes, desde buscar en internet el precio más bajo del boleto, conjurar el riesgo de estafas, padecer las tramposas y unilaterales condiciones de la aerolínea -siempre a su favor y conveniencia- hasta soportar los procesos de confirmación de vuelo (el así llamado check in), el abordaje y el caos dentro del avión con pasillos atiborrados de desesperados seres humanos metiendo a fuerza su equipaje en los angostos compartimentos del avión.

Si por equivocación o seguridad te asomas a la sala de primera clase, la tortura de viajar en clase turista te será más dolorosa. No te asomes, contén tu curiosidad porque puede ser fuente de envidia, pecado capital. Yo fui buscando un baño y todavía ardo en fuego infernal de ver tanta comodidad y en otra parte de la misma aeronave otros cientos junto conmigo torturados en 9 horas de vuelo.

Te compensa desbordadamente estar en esta bellísima Babelia junto al Atlántico y en la desembocadura del majestuoso río Tajo, al que bendice la gigantesca escultura de cemento del Cristo de los brazos abiertos. La imagen es congruente con la cultura milenaria portuguesa, una civilización profundamente católica que ha construido templos y catedrales de cantera con ornamentos de oro y plata magníficas.

En las plazas de Lisboa, en la ciudad toda, habita el espíritu de Babel. La capital portuguesa es la Babelia de los idiomas, donde escuchas portugués, español, inglés, francés, un montón de lenguas hindúes y africanas, japonés, chino, polaco, ucraniano, italiano.

Lisboa es una montaña o un montón de cerros. No se caminan sus calles, se escalan. Son tan angostas que transitando algunas se practica el arte taurino de los recortes. La gente es aquí proverbialmente amable y seria, casi taciturna, como si cada uno cargara con asombro los milenios de su riquísima cultura y su historia de navegantes y conquistadores, de aventureros de los mares del mundo y exploradores de almas de otros lejanos lares.

Yo vine a ver si los médicos de aquí me curan hoy, martes, con su magia tecnológica que no tenemos en México todavía. Y, sea cual sea el resultado, tengo muchas ganas de quedarme, pero me iré en cuanto los doctores digan que puedo volver a volar soportando la tortura de los aviones, porque mi Colima es, para mí, un llamado más fuerte que el del resto del mundo junto.

(P.D. Debido a la cirugía de hoy, es probable que mañana y pasado mañana no haya edición de CriteriosDigital [criterios.mx]. En cuanto podamos, aquí estaremos desde el otro lado del planeta.)