Armando Martínez de la Rosa
Doña Griselda
De vez en vez, las noticias agradables asoman la cabeza para recordarnos que entre tanta desgracia ellas también existen.
Una de esas que levantan el ánimo es la dada ayer por el alcalde de Colima, Riult Rivera Gutiérrez. El Ayuntamiento de Colima ha convocado al Primer Festival Nacional Griselda Álvarez Ponce de León, que incluirá concursos de poesía, narrativa, música, literatura infantil y hasta un desfile de “Griseldas” a cargo de actrices y promotoras culturales.
Se trata de resaltar la figura de la poeta, narradora, ensayista y política colimense que fue la primera mujer gobernante de un estado, el nuestro, que administró entre 1979 y 1985.
Eran tiempos en que a las mujeres se les asignaba el papel de amas de casa y, en el mejor de los casos, el de profesoras, enfermeras, secretarias y otras ocupaciones para las que se les consideraba apropiadas por su naturaleza femenina. Tal el concepto prevaleciente hace casi medio siglo, tal el machismo.
Griselda protagonizó el rompimiento de una barrera en un ambiente más que hostil a su género, sobre todo en política. Mi oficio me permitió atestiguar desde el periodismo ese sexenio de interesantes novedades políticas.
Recientemente llegada al gobierno, en 1980, con cierta ingenuidad escribí en aquel legendario Diario de Colima dirigido por el entonces joven Héctor Sánchez de la Madrid, una columna que molestó a la gobernadora. Me encontré en aquella también legendaria tienda de MAP Deportes, que también vendía libros y revistas, una publicación agropecuaria, materia que siempre me ha gustado. Uno de los artículos versaba sobre una planta de los desiertos del norte de México nociva a la agricultura, una plaga, coloquialmente llamada gobernadora. A partir de ahí, escribí un artículo de equívocos -de dar un cierto sentido al texto y al final precisar que se habla de un asunto distinto del que aparenta-. Escribí que la gobernadora era un mal para el campo, que dañaba a los campesinos y cosas por el estilo. Finalicé la columna aclarando que me refería a la planta.
Días después, un enviado de Griselda me pidió platicar conmigo. Tomamos un café. Me preguntó, de parte de la mandataria, qué era lo que yo buscaba o pretendía, en referencia a la columna. Le dije que nada en especial y que sólo escribí un artículo periodístico y que me había divertido mucho con el juego de equívocos.
En diciembre de ese mismo año, tomaba un reposo en el café La Fuente cuando otro enviado gubernamental, un empleado menor, llegó a mi mesa y me entregó un sobre con dinero de parte de doña Griselda. Lo rechacé. -Pero todos lo aceptan- me dijo. -Pero yo no-, le respondí. -Devuélveselo a tu jefe y dile que no se lo quede, que lo devuelva a la Tesorería, porque si sé que se lo embolsa se va a armar la de Dios es padre-.
Como no mediaba pago de publicidad alguna -yo no tenía ni un medio ni una empresa periodística, era sólo un reportero- no había razón ni justificación para tratos de dinero, que por lo demás siendo de empresa son legítimos.
Y sí lo devolvió el funcionario, supongo, porque en enero siguiente Griselda me saludó de mano en el Salón de Gobernadores cuando yo cubría información de gobierno. -Lo felicito- me dijo. -¿Por qué, maestra?- le contesté. -Usted sabe por qué- me dijo con esa voz clara e imperativa que tenía.
Eventualmente, continué cubriendo la fuente de Palacio de Gobierno y luego entrevisté a la mandataria en ocasiones especiales. No me gusta ese tipo de entrevistas, pero las cumplía por disciplina. Me llamaba más la atención la crónica, captar detalles del mundo político y observar de cerca sus diálogos, gestos y señales un tanto cifradas, propias de ese estilo un poco de sacerdotes tribales, un poco de espías chinos, que además me divertía.
Otro día contaré anécdotas de Jesús Reyes Heroles, el santón de la reforma política, y de José López Portillo con Griselda Álvarez, y la ocasión en que a eso de las 6 de la tarde doña Griselda me invitó a su despacho en Palacio de Gobierno a platicar, o de la perversa y cobardona sugerencia que Carlos Monsiváis hizo a un grupo de jóvenes colimenses para denostar a la gobernadora. Y de la última vez que conversé con ella, cuando me llamó por teléfono varias décadas después de que había dejado la gubernatura y poco antes de su fallecimiento.
Griselda Álvarez fue una gran gobernadora, tanto por las obras materiales que su gobierno construyó como por los avances sociales que procuró. Y fue una excelente literata. Muchas de sus obras son de un arte notable en verso y en su limpia y precisa prosa. Por eso digo que el alcalde Riult Rivera ha acertado al convocar al Primer Festival Nacional Griselda Álvarez. Ojalá la organización resulte como lo merece la memoria de la primera gobernadora de Colima.