Armando Martínez de la Rosa
Despacho Político
Con sólo 6.6 millones de votos el 2 de junio, el PRI se convirtió en la tercera fuerza política del país. Pronto, le llovieron augurios de muerte. A su líder, Alejandro Alito Moreno Cárdenas, intentó lincharlo la vieja guardia de ese partido que se aglutinó en un desplegado de prensa y varias columnas periodísticas. Lo culpaban de la derrota y de intentar reelegirse en la asamblea nacional del domingo pasado, lo que no ocurrió ni se planteó.
Moreno respondió con un programa de “reforma profunda” de su partido y ayer rompió lanzas contra sus acusadores. Los identificó con buen tino. Los llamó “una bola de cínicos, corruptos y sinvergüenzas” que en los últimos 30 años se beneficiaron del PRI y lo dañaron con sus acciones y con hechos que aprovechó el gobierno de Andrés López para construir una narrativa que los votantes adoptaron.
La reforma del PRI, según Alito, la emprenderán los priistas ajenos a ese pasado de corrupción. La asumen quienes han trabajado en ese partido y en las campañas recientes que le dejaron una fuerza legislativa minoritaria que, dijo, será oposición propositiva y constructiva, pero rechazará el intento de acabar con las instituciones de la democracia y las libertades.
Larga y penosa es la tarea que encabezará Alito. De entrada, ha abierto 2 frentes de batalla. Una, la del gobierno federal; otra, la de la vieja guardia priista a quien él responsabiliza del desprestigio del partido. Nada fácil.
Y aparecieron los primeros nombres:
- Manlio Fabio Beltrones, una personaje de la vieja política que fue eficiente en su momento, aunque relacionado por la justicia con el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato presidencial del tricolor en 1994, y en pactos oscuros con cárteles de la droga cuando fue gobernador de Sonora.
- Dulce María Sauri Riancho, presidenta del PRI en 2000, cuando perdió por primera vez la presidencia de la república y se descubrió el Pemexgate, una transferencia ilegal de mil 500 millones de pesos de Pemex a la campaña del candidato presidencial priista, Francisco Labastida. Por cierto, gran parte de ese dinero nunca llegó a la campaña.
- Aurelio Nuño, secretario de Educación, jefe de la Oficina de la Presidencia con Peña Nieto y coordinador de la campaña presidencial de José Antonio Meade, quien critica al PRI y a su dirigente. Conforme a Alito, Nuño ni siquiera está afiliado al PRI y tras la derrota de 2018 se fue a Estados Unidos “a estudiar” y ahora regresa de “crítico”.
- El expresidente Carlos Salinas de Gortari, a quien mencionó sólo de paso.
Si bien enfrentar a la poderosa mafia de los viejos políticos priistas es no sólo duro sino riesgoso -a final de cuentas tarea ineludible- Alito tiene una cuesta mucho más empinada por recorrer: recuperar al partido.
No le queda de otra. Ahí tiene como mínimo 3 frentes: uno, el trabajo de tierra, la talacha con la gente que necesite la intervención y organización de sus militantes, legisladores y los gobernantes que le quedan, una larga labor de recobrar la confianza de la gente; dos, la difusión eficiente de su nueva política; y 3, aprovechar el desgaste gubernamental cuando se presente.
De cara a la probabilidad de la instauración de un régimen de control de todas las instituciones, fermento de un sistema autoritario y represivo, el trabajo que se propone Alito es asaz difícil cuanto necesario. Pero no le queda alternativa.
¿Podrá?