Armando Martínez de la Rosa
Despacho Político
La probable ultraderechización de Francia evidencia los vaivenes políticos del mundo. O quizás la confusa desesperación de los ciudadanos votantes que los lleva a elegir gobiernos que les prometen solucionarles problemas y carencias nacionales y hasta personales, remediar la insatisfacción de una vida cada vez más decepcionante para muchos.
El triunfo, el domingo pasado, del partido ultraderechista Agrupación Nacional en las elecciones legislativas adelantadas 2 años por el acorralado presidente Emmanuel Macron, ha obligado a una segunda vuelta pasado mañana, domingo 7, en que el gobierno centrista podría perder y dar paso a colocar un primer ministro ultraderechista, el líder de Agrupación Nacional, Jordan Bardella, hijo de inmigrantes italianos, cuyo partido es abiertamente antimigración, antijudío y de claros tintes nazis.
El partido Agrupación Nacional es dirigido, en los hechos, por Marine Le Pen, hija de Jean-Marie Le Pen, que en la década de 1970 fue candidato del Frente Nacional, igual o más ultraderechista que Agrupación Nacional, su herencia.
Macron se equivocó al adelantar las legislativas que creyó ganaría con su partido Renacimiento. La izquierda le volteó el respaldo y formó el Frente Popular, que tampoco tiene probabilidades de ganar, aunque en un ataque de racionalidad (¿o miedo y arrepentimiento?) decidió no ir a segunda vuelta en distritos donde dividir el voto sería abrir el paso a la ultraderecha.
Muchos votantes franceses responden a la crisis dando poder a quien limitará la inmigración, pues creen que los inmigrantes son el origen de sus problemas, percepción similar a la que encumbró a Hitler culpando a los judíos.
No sólo en Francia ocurre así. En Estados Unidos, el populista Donald Trump está a unos meses de volver a la Casa Blanca diciéndoles a los estadounidenses que su país “será grande otra vez”, frase que resume las frustraciones populares y les ilusiona sin entender el origen de sus pesares. No recuerdan que en el primer periodo de Trump, nunca hizo grande a su país “otra vez”.
En otra latitud, Javier Milei, un populista enganchado en la desilusión política, ha colocado a Argentina al borde del desastre al que ya la dinastía izquierdista de los Kirchner, que levantaron un imperio de corrupción y demagogia, la había enfilado.
Con un discurso que se podría sintetizar en “el gobierno te lo resuelve todo dándote dinero”, en México se reiteró el populismo -no la izquierda- para enfilar al país a un futuro no lejano de cuando el destino nos alcance. A los votantes les importó más la beca, la pensión y el subsidio que la violencia, la corrupción y la creciente carestía sintomática de que la economía sana es una fantasía.
El fondo común en esos y muchos otros países es la desilusión ciudadana que se aferra al discurso demagógico y se anima a cobrar supuestos o reales agravios gubernamentales.
Nadie mira a la concentración de los capitales financieros en tanto causa de los desórdenes económicos, sociales y la mala vida.
Entendamos que la concentración de los capitales financieros no es un asunto de moral, ética o maldad, sino un fenómeno que se inició con el fin de la segunda guerra mundial y los ciudadanos, que no los gobiernos, no han parado porque ni siquiera lo identifican en tanto origen de las recurrentes crisis económicas, bélicas y de deterioro de la calidad de vida.
Tal el origen de los males mundiales y nacionales y la insatisfacción individual. ¿Tiene remedio? Sí, sí lo tiene, pienso. Otro día lo veremos.