Armando Martínez Orozco

La vida también nace en un trazo, en el color reciente y en el hambre por el canto a la belleza. Hijo del escritor revolucionario ruso Víctor Serge (secretario particular de León Trotsky), abierto crítico del régimen estalinista mientras lo padeció y desterrado en 1933 de Orenburgo, hablo del pintor Vladímir Víktorovich Kibálchich Rusakov, fallecido en Cuernavaca en 2005. A Vlady lo recordaré siempre como un observador incansable sin par de la materia, cantor genial del erotismo y también el artista más paciente que haya pisado y residido en estas tierras mexicanas.

Vlady, quien contempló el terror del mundo como un joven enamorado, tuvo hace más de 20 años un consejo para mi hermano Rodrigo, no arriba él de los 7, ahora enorme historiador por la UNAM, cuando le mostró sus excelentes dibujos acompañados de caricaturas al maestro: “Tu trazo es bueno, pero nunca te olvides del dibujo de las cosas cotidianas”, le dijo.

Como si escuchara las palabras de cualquier mortal, Rodrigo ignoró la suave cátedra de Vlady y prefirió las superatajadas como portero juvenil del Atlas, el punk rock y las mujeres hermosas, las enormes enciclopedias, los libros complejos y la defensa indirecta y desde las calles de causas tan justas como la lucha por los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa.

En el grabado de Vlady, llamado Ocho manos, un tal vez rey hace el amor con una mujer y ella nos mira fijamente.

Él luce siempre concentrado por la culminación de la lujuria, el sexo como un animal impelido a sentimentalismos.

Suponemos un encuentro esporádico, pues los amantes siguen vestidos y sólo vemos desnudas las piernas de ella y una de él. Sin embargo, la fascinación es inevitable.

Sólo trazos blancos y negros dominan la escena. Blanca es la sábana donde el arrebato del pecado sucede.

Ella habla para nosotros y como en un musitante delirio parece su vista quieta (anterior al clímax) hablarnos como en el Cantar de los cantares, de José Emilio Pacheco (me refiero a la traducción, claro está): “Antes que llegue la brisa y desciendan las sombras iré hacia ti y te humedeceré los labios mientras duermes”.

Deslumbra tanta vitalidad con carboncillo. Cuando gracias a mi padre, en 2006 conocí la exposición retrospectiva La sensualidad y la materia, de Vlady, en Bellas Artes, no me impresionaron esos sublimes murales donde el ser humano agoniza por sus fantasías y pesadillas, aplastado por el mal terrenal inevitablemente o tampoco el deslumbrante amor de Vlady por la revolución rusa, pero sí esos diminutos grabados donde un hombre no hace sexo oral a una mujer, sino que devora su biología íntima como un desquiciado.

Esa ocasión, ante los grabados de Vlady, sentí culpa y conmoción, admiración, mas bastante pena, pues un esbozo de exaltación viril me corroía esa tarde llena de esnobs y ancianas hechas para la pedantería, si de temas estéticos se habla en el Palacio de Bellas Artes.

No le comenté sobre este hecho en la Ciudad de México a nadie, pero el dibujo de Vlady me recordó a una mujer morena perdida hace poco, su dulce entrega y su llanto cuando se descubrió traicionada por este cobarde.

El Cantar de los cantares explica y aclara el amor, por eso concluyo diciéndole a Ella: “…en tus trenzas un rey está preso”.

Desde Bellas Artes, mi padre me habló de su próxima novela, todavía no publicada, donde recuerda sus tiempos de trotskista universitario, crítico lo mismo de las izquierdas como del poder.

¡Enhorabuena! ¡Sean así, pues, todas nuestras victorias!

(Foto: El pintor rusomexicano Vlady Kibálchich.)