Armando Martínez de la Rosa

Sabbath

Es la noche previa a salir la mañana siguiente a los puestos de acecho de venado. La conversación entre cazadores fluye. Sobremesa de la cena.

Estamos en la casa del rancho de un amigo nuestro, lejos de cualquier ciudad y a varios kilómetros del pueblo más cercano. El frío severo empieza a obligar a enchamarrarse, el viento sin obstáculos corre y vuelve más helada la noche. Se sirven una y otra vez el café, el pan y las galletas. Algunos beben tequila.

La conversación es amplia en asuntos. Lo mismo va del origen del universo, de si las supuestas visitas de los extraterrestres al planeta son reales, fantasía o truco de merolicos. De ahí vamos a los conceptos de tiempo y espacio y a si Dios existe o no. Es una plática serena, sin alteraciones, nadie intenta imponer sus conceptos, sus ideas o creencias.

Luego, si mañana tenemos la suerte de cazar venado, se propone la comida del día con los dentros -hígado, corazón, bofe- y lomo en premio por el esfuerzo. Si no, pues a echar mano de los víveres que hemos traído, previsores los muchachos.

Pasa el tiempo y la conversación deriva a lejanos campamentos y las aventuras que se corrieron esos días y años idos. Recordamos a los amigos que ahora cazan y pescan en el firmamento. Y hasta de llantas desprendidas de los vehículos en marcha y la suerte de que ninguna ocasionó un accidente grave. Cazador sin suerte no es cazador.

Una anécdota revive. En un campamento de playa de donde partíamos a cazar y pescar, según la afición de cada cual, se extraviaron de noche mis perros Tato y Latas, que ahora corren y ladran felices en el cielo de los canes. Me puse a buscarlos en la orilla del mar y en la brecha de acceso a las enramadas, ida y vuelta a pie y en camioneta. De pronto, unas 2 horas de búsqueda después, en sentido contrario aparece otro vehículo. Mi compadre Chava les pide que se detengan. Eran pescadores.

-Amigo, ¿de casualidad ha visto 2 perros Labradores negros por aquí?- le preguntó mi compadre al conductor.

-Ah sí, allá andan, se quedaron en la boca del estero. Por cierto, nos rompieron 2 atarrayas los muy ca…- respondió.

-Muchas gracias, amigo. Buenas noches- replicó mi compadre y aceleró la camioneta antes de que el hombre me cobrara tales artes de pesca.

Cuando nos dirigíamos a la boca del estero, al pasar por el campamento, el estimado Toro gritó:

-¡Acá tengo tus perros, Armando!-.

Los mantenía atados para que no volvieran a extraviarse. Habían retornado solos, por su cuenta, quizá hastiados de que ya nadie lanzara más atarrayas al agua para perseguirlas y aquel mar era aburrido para ellos.

Luego, la conversación se dirigió a planear el acecho de mañana. Cada cual piensa en qué lugar espiará, consulta a nuestro amigo experto guía, José, cuál es el mejor sitio, si el abrevadero en la falda del cerro o tales y cuales mojos en privanza. De las posibilidades, dónde ha visto más rastros, veredas, o dónde él ha avistado los bichos grandes.

Planear una cacería es una emocionante tarea de los cazadores. Aflora la ilusión, crece el entusiasmo, la esperanza de abatir un ciervo macho, adulto y de buenas astas, aunque después venga el agotador esfuerzo de bajarlo del cerro hasta la camioneta.

La probabilidad de que los planes resulten como lo deseamos no es precisamente alta. Un cazador sabe que para lograr una buena caza hay que intentarlas todas. Ya veremos mañana qué resulta. Por ahora, a dormir porque vamos a madrugar y el frío arrecia.