Armando Martínez de la Rosa
Despacho Político
Un verso del popular Poema 20 de Pablo Neruda expresa con languidez: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Está en el libro escrito en la adolescencia del poeta chileno 20 poemas de amor y una canción desesperada, quizá el más leído, aunque no literariamente el mejor, por supuesto.
Me vino a la memoria anoche, cuando se consumaba la reforma judicial por los senadores oficialistas. Regresó de pronto, digo, porque vi cómo aquellos de entonces ya no son los mismos.
No lo son porque torcieron la justicia para aprobar una reforma a la justicia. Les doblaron las manos a los Yunes, a quienes consideraban, no sin razón, bandidos veracruzanos. Obligaron al junior Miguel Ángel a votar a favor de los morenistas y su reforma. Armaron el teatro desde días antes. Mal actor, el junior ausente y con licencia en la mañana -ocupada su curul por el gángster mayor, su padre, mientras él se atendía en una clínica por lesiones cervicales, dijo el patriarca, y acudió sin siquiera un collarín para disimular- reapareció en la tarde a justificar su voto, el visado al oscuro territorio de la impunidad.
Y sí, los Yunes que acusaron al gobierno de Morena de muchos males ciertos, los Yunes, los de entonces, tampoco son ahora los mismos. Les aplaudieron sus antes enemigos.
A Yunes padre, la senadora Lily Téllez le lanzó 30 bíblicas monedas, como aquellas por las que Judas traicionó a Cristo.
Mientras los morenistas, sus aliados y Yunes consumaban la reforma, afuera del Senado manifestantes contra la tal reforma, estudiantes y trabajadores del Poder Judicial de la Federación, eran atacados por cientos de granaderos que los golpearon y les lanzaron gases lacrimógenos. Adentro, la mayoría calificada festejaba eufórica. Afuera, les aplicaban a sus adversarios la misma receta que a ellos cuando eran oposición. Sí, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.
Hoy, los de entonces, los que antes tomaron tribunas legislativas una y otra vez, los que bloquearon meses el Paseo de la Reforma, se quejan lastimeramente de que otros procedan como ellos. Y no, ya no son los mismos. Ahora tienen el poder y reprimen, golpean, dispersan manifestantes y al día siguiente se dan baños de pureza diciéndose democráticos y que “no somos iguales” a los del pasado.
Los que se dolían de las decisiones del INE, ahora lo tienen copado y presionaron a los consejeros independientes, los acosaron y amenazaron, de lo que antes se quejaban y denunciaban a gritos, para que les dieran la ansiada mayoría calificada. Esos, los de entonces, ya no son los mismos.
Para entender las vueltas de cabeza que provoca el poder político, va un testimonio de la historia. Jean van Heijenoort, secretario de Trotsky en la última etapa de su vida, escribió un interesantísimo libro de memorias, Con Trotsky, de Prinkipo a Coyoacán. Testimonio de siete años de exilio.
Casi perdido entre tanto texto del libro, aparece un parrafito en que el autor narra una conversación con Trotsky acerca de cómo el poder absoluto había convertido a Stalin, el dictador soviético enemigo de Trotsky, en asesino de millones, entre ellos miles de sus propios compañeros de partido. Heijenoort le pregunta a su jefe la razón de la transformación del sátrapa ruso. El fundador del legendario Ejército Rojo le responde: “Si nos hubiéramos quedado en el poder, quizás nosotros seríamos ahora como él”.
Años después de leer esa respuesta, escuché a un viejo cristero, soldado de a pie, reflexionar sobre la guerra perdida en que participó. Dijo: “Qué bueno que no ganamos. Si hubiéramos ganado, habríamos sido como ellos, los vencedores, o a lo mejor peores”.