Rogelio Guedea
Carlos Manzo: la inservible fuerza del estado
El extinto expresidente de Uruapan (Michoacán), Carlos Manzo, cometió un solo error en su vida y en su incipiente carrera como servidor público: intentar combatir al crimen organizado. No lo hubiera hecho: pues le costó la vida.
No fue sólo Carlos Manzo, como civil o como líder de algún grupo armado, queriendo someter al crimen organizado, no, fue una autoridad municipal, al mando de un cuerpo policial, con apoyo incluso federal, derrotado por el crimen organizado. Fue, pues, la de él, una crónica de una muerte anunciada. Pero su muerte, lamentablemente, desveló una gran verdad: que la fuerza del estado no sirve para nada. Ni la municipal ni la estatal ni la federal. Ninguna sirvió para nada.
El malogrado expresidente Carlos Manzo tenía, el día que lo asesinaron, catorce elementos de la guardia nacional presumiblemente custodiándolo, así lo aseguró Ricardo Trevilla Trejo, titular de la Sedena. Más aparte un número significativo de miembros de la policía municipal de su confianza. No sirvieron para nada: el asesino, un muchacho de diecisiete años, de Paracho (tierra de grandes lauderos) y adicto a las metanfetaminas, logró atravesar campante el perímetro y asesinar al exalcalde michoacano, sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo.
Fue abatido, es verdad, pero habría sido una vergüenza mayúscula que se hubiera escapado con rumbo desconocido o acribillado a los catorce elementos de la guardia nacional más a los policías municipales de confianza. No dudo que con un poco más de empeño, a como están las cosas, lo hubiera conseguido, y entonces habría devenido en el Rambo michoacano.
Lo único que me resta decir es que mientras hago este recuento siento miedo, miedo verdaderamente, por ser testigo de esta degradación a la que hemos llegado a pesar de que, lo queramos creer o no, estamos viviendo una cuarta transformación de nuestro país.
