Héctor Sánchez de la Madrid
En solfa
“No hay fecha que no se llegue, ni plazo que no se cumpla” reza el refrán popular. El próximo lunes a las 24 horas, esto es, a las 12.00 pm, o 00.00 horas, terminará el mandato constitucional del presidente Andrés Manuel López Obrador, con la incógnita que nadie sabe responder si en realidad aceptará la conclusión de su ordenamiento legal y cumplirá su promesa de retirarse de la política e irse a su rancho “La Chingada”.
Finalizarán 5 años y 10 meses de haber recibido López Obrador un país democrático y en libertad de manos del presidente Enrique Peña Nieto, que durante 89 años fue gobernado, para bien y para mal, por 17 mandatarios federales, 15 del PRI y 2 del PAN, bajo el mismo sistema político implantado en 1929, extrañamente por el ex presidente Plutarco Elías Calles, para entregarlo con señales autocráticas a su sucesora.
Mentiría si les dijera que todo fue malo durante el lopezobradorato, pero más falaz sería si les comentara que el régimen populista con tintes socialistas fue bueno. Si tuviera que escoger uno u otro concepto me iría por el segundo ya que la esencia y el fondo de la administración de Andrés Manuel está impregnada de un tufo dictatorial y por ende amenazante de coartar a corto o mediano plazo las aún sagradas libertades constitucionales.
No entiendo por qué el peso se apreció el 32%en los primeros cuatro años del régimen actual, si desde el principio del régimen actual empezaron a surgir señales autoritarias y cargadas hacia el populismo, comprendo, eso sí, la devaluación de nuestra moneda por encima del 14% en los últimos 5 meses debido al crecimiento exponencial de la inseguridad pública y el crimen organizado, los cuales parecen no tener límites.
Lo anterior no es lo único que le ha pegado al peso mexicano en los meses últimos, están las medidas que tomó el partido en el poder, Morena, para alcanzar la sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados y las amenazas a un senador del PAN y otro de MC para alcanzar la mayoría calificada en la Cámara de Senadores e imponer la reforma al Poder Judicial para suprimir el único freno que tenía el Poder Ejecutivo.
El voto ciudadano no le dio a Morena la mayoría calificada en ninguna de las Cámaras Legislativas precisamente para que no pudieran reformar la Constitución federal que nos rige, tuvieron que alcanzarla a la brava para que el presidente López Obrador hiciera lo que se le pegara la gana, quien al cuarto para las doce, sigue con su plan de destruir el andamiaje legal e institucional que los mexicanos creamos en décadas.
Durante 5 años y 10 meses (los cumple el lunes), el político del sureste mexicano que hasta la tercera oportunidad (2 por el PRD y 1 por Morena) fue electo presidente de la República, en un evidente arreglo con el entonces presidente Peña Nieto, el cual se confirma al no haberle tocado ni un cabello de su abultado copete, se dedicó de tiempo completo a dividir, a enfrentar, a injuriar, a difamar, a calumniar a los mexicanos.
Creo y espero que los mismos fanáticos, ellas y ellos, del aún mandatario, se convenzan con el paso de los meses venideros del enorme daño que le hizo a nuestra nación, que nunca pensó en beneficiar a las y los mexicanos, que siempre le importó un bledo el país, que solamente le interesó su ego, su beneficio propio y el de sus familiares y amigos —peor que en el tiempo del PRI y del PAN—, que gobernó a base de ocurrencias, odios y venganzas.
Difícil papel le tocará representar a la próxima presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, al recibir el inminente 1 de octubre un país dividido, confrontado, endeudado, ofendido, en poder del crimen organizado, de los militares y los marinos, que paulatinamente en los próximos meses y años carecerá de un Poder Judicial que garantice la justicia al pueblo, que jurará el martes siguiente la correcta aplicación de la Constitución y las leyes. Tampoco tendrá un Poder Legislativo que cumpla con sus funciones, todo girará y dependerá del Poder Ejecutivo que encabece.
Nunca en la historia de México el presidente saliente se había arrogado el derecho de nombrar a los dirigentes del partido que los llevó al poder, dejando en la presidencia a una política incondicional suya y a su hijo en la secretaría de Organización, la más importante que tiene el abanderamiento. También está acotada la inminente presidenta Sheinbaum en lo político, al heredar a la aún secretaria de Seguridad, Rosa Icela Rodríguez, como próxima secretaria de Gobernación; lo mismo sucederá en la Fiscalía General de la República, en la que repetirá el cuestionado octogenario Alejandro Gertz Manero.
Espanta la tercera reflexión del decálogo que la siguiente mandataria de México dejó a su partido, Morena, al pedir licencia como militante para asumir la presidencia constitucional y “gobernar para todas y todos los mexicanos” en la que recomienda, sugiere, ordena “que nunca se permita el amiguismo, el influyentismo y el nepotismo” en el acto que Luisa María, integrante de la muy influyente familia Alcalde Luján, que ocupa relevantes cargos en la administración federal, tomaba posesión como presidenta de Morena y, la cereza del pastel, el segundo hijo del presidente López Obrador, Andrés Manuel “Andy” López Beltrán asumía la poderosa Secretaría de Organización y arrancaba su carrera por la presidencia de México para el 2030, antes de que siquiera Claudia Sheinbaum Pardo tome posesión del máximo cargo público en el país.