Armando Martínez Orozco
Mi buen amigo Kavafis auguraba el fin de la humanidad con la llegada al poder de Morena a México. Según él, si el enigma rojo se apoderaba de la civilización azteca y del legado de Cristóbal Colón, tendríamos a un partido capaz de hacerse de la buena voluntad de los pobres y del beneplácito de la corona española.
De acuerdo con Kavafis, si a un hombre le era posible, a través de una enigmática esfera donde se ven todos los mundos desde la perspectiva de un cristal, tendríamos a un tiempo la teoría de la luz y la eternidad, la capacidad de encontrar la paz entre la humanidad y la finitud de Pi sería por sí misma resuelta. Siguiendo al pensamiento de Kavafis, si a través de esa esfera nos era posible conocer la capacidad de la humanidad para encontrarle finalidad a los teoremas infinitos, también nos sería indispensable el reconocimiento de un mundo donde la magia crea edificios, cercados por jardines de verdor esplendoroso y una mujer con dedos de bruja decidiría si tu destino comienza esta semana o culmina hasta donde un Merlín de barba hacia las rodillas hiciera de las vicisitudes del corazón una esperanza de vida eterna.
Mas Kavafis, pensó, todo esto es posible a través de un verso y escribió: “Colmen los mares su sed con esta de su mañana”. Todos pensaron ciertamente en la locura de Kavafis y hubo quien refutó su pensamiento con la claridad de la luna y observaron a cada sombra un paso de un gigante desprendido de sus pies, caminaba raramente como si sobre muñones o sobre sus propios dedos coartados. Todos respondieron, como vacas en el rancho, acerca de aquello y esgrimieron: “Esto sólo puede ser autoría de un gigante». Negaron. Aquél gigante era Vladimir Ilich Lenin, y me saludó de abrazo después de haber consumado la revolución rusa desde las montañas. Nunca olvidaré las últimas palabras de Kavafis: «Verso a tiempo es vaso de agua templada en la garganta”.