Armando Martínez de la Rosa
Sabbath
Por la mañana, cruzamos el vado del río. Llevaba el agua de estos días de lluvia. No mucha, pero suficiente para levantar el ánimo. Unos meses atrás, pasamos el lecho de arena y piedras reseco, sin una gota de agua.
De regreso, en la tarde, el lecho estaba seco, con sólo unos charcos arrinconados y reacios a morir. Digamos que el agua se había filtrado en el todavía reseco, sediento lecho. El río se bebió al río.
Este afluente es caudaloso en el temporal de lluvias. Mantiene el agua hasta mayo y algunos años, cuando han llegado abundantes las cabañuelas de enero, mantiene el caudal hasta junio.
Este año fue diferente. La ruda sequía lo borró del mundo y lo convirtió en desierto de rocas y arena. Además del agua de lluvia, el San Palmar, que tal es su nombre, se nutre de los veneros provenientes del Cerro Grande y amiales de montañas más bajas. Supongo, sin mayores datos, que también esas fuentes se agotaron.
El San Palmar corre una distancia corta desde su nacimiento. Probablemente sea el río más corto de Colima. Desemboca en el Armería, que estuvo seco desde los primeros meses de este año.
Más arriba, hacia la montaña, corre un arroyo sin nombre. Tiene agua todo el año, incluso en los veranos de lumbre. Se alimenta de numerosos nacimientos de agua de las montañas contiguas. A tramos, desaparece para rebrotar cien, doscientos metros adelante. Es fuente de vida de estos bosques de mojos, parotas, guayabillos silvestres, palmas reales, peinecillos, espinos blancos y muchas especies más bajo las cuales crece un intrincado sotobosque casi intransitable.
Y en los árboles y los matorrales, nace, crece, se multiplica y muere para que la descendencia viva una fauna variada, desde insectos rastreros y volátiles hasta murciélagos y vampiros, pasando por ardillas, armadillos, culebras y víboras, zorros, coyotes, pájaros, aves grandes como la chachalaca y el choncho, tecolotes y otras pequeñas, así como jabalíes, venados y algunos jaguares y pumas.
Pero este año el arroyo casi se secó. De su caudal transparente, quedaron algunos charcos. De sus nacimientos y sus alrededores, las corrientes desaparecieron y los lodazales se convirtieron en barriales resquebrajados, impasibles y duros como rostro de difunto.
Lejos de ahí, en otras montañas, pude ver a finales de 2023 un caudal y hasta cascadas de arroyos barranqueños nacidos arriba, agua parida por la roca. Y también los vi cansados, moribundos, torturados, sedientos, por la falta de lluvia suficiente.
Llovió el día de San Juan. Poco, no como antes. Igual que la mayoría, espero que este verano nos resarza con lluvias abundantes. Se han asomado las primeras. Nos faltan muchas más. Me había alegrado de la proximidad de Aletta, pero viró caprichosa a un destino oceánico para morir en la inmensidad.
Espero que otros vientos nos traigan muchas aguas. Espero y confío en mi propio deseo, sólo en la sed mía, la sed de todos.