Armando Martínez de la Rosa

Los peligros de los montes

Me preguntan en ocasiones acerca de los peligros que arrostra un cazador en los montes, de día y de noche. Entiendo la duda, pues mucha gente imagina los bosques a modo de laberintos llenos de fieras, desde una víbora hasta un puma o un jaguar. O los cocodrilos en los esteros de la costa.

Y sí, sí hay riesgos, peligros, pero no son los bichos de los montes los mayores. Hay varios que parecen insignificantes y son lo contrario. Contaré algunos.

Años atrás, ya muchos, un cazador colimense murió por un ataque de abejas africanizadas en el monte. Ignoro los detalles del accidente, pero ocurrió. Otro más se vio obligado a pasar una noche a la intemperie en la montaña, mientras bajaba con un venado abatido, porque se fracturó el tobillo al quedar atrapado el pie entre piedras y la forzada palanca se lo rompió. Al día siguiente, su familia y sus amigos subieron a buscarlo, lo encontraron y lo ayudaron a descender para llevarlo al hospital, donde se recuperó.

Mi estimado amigo Carlos (qepd) junto con un amigo suyo, se extravió en un cerro y ambos hubieron de pasar la noche allá, sin abrigo, a esperar el amanecer para guiarse en el descenso. “Ya quisiera ver aquí a los cab… que hacen el calendario cinegético”, dijo Carlos con su inolvidable buen humor.

Uno de mis tíos por línea materna murió en un accidente de cacería, cuando se cayó su arma, se disparó y le hirió mortalmente el estómago. Eso ocurrió hace más de 70 años.

Desbarrancarse es uno de los riesgos que se corren cuando se asciende una montaña cargando mochila, víveres, agua y armas. Nada sencillo. El peso de los arreos puede desequilibrar al cazador y enviarlo al fondo de una barranca. Por tal razón, los ascensos deben practicarse con mucho cuidado y de preferencia asegurarse al menos con una cuerda -cuando se puede- para con una mano facilitar el equilibrio. Una caída desde la altura puede no ser letal, pero sí herir gravemente a quien cae y lejos de los auxilios urbanos.

Entre los bichos que más temo en los montes está el alacrán. Cargo en la mochila un bote de insecticida para rociar el sitio donde voy a quedarme al acecho. Previamente, limpio el terreno con esmero.

Un cazador experimentado, colocó una tarde una hamaca cerca de una clavellina en florescencia, para esperar al venado. Cuando se había acomodado, observó un hueco en una roca a 2 metros de él. Ahí dormía una enorme víbora de cascabel. Lentamente, se irguió, quitó la hamaca, recogió sus arreos y fue a buscar otro puesto. Más vale prevenir.

En cierta ocasión, en una arreada de venado, unos 8 tiradores pasamos a unos centímetros de una víbora de cascabel sin detectarla. El bicho dormía junto a la vereda. De regreso, uno de nosotros pudo verla y -lástima- le disparó. Medía casi 2 metros el reptil.

Estaba a punto de disparar a unos patos que se acercaban a mi rango de tiro cuando, por suerte, de reojo, pude ver algo raro. Bajé el arma, me olvidé de los patos y observé en un tronco seco una colmena de abejas africanizadas a no más de 3 metros de mí. Si hubiera disparado, los animales se habrían irritado y probablemente me habrían atacado. La única salvación a la mano era hundirme en el estero y retirarme nadando bajo el agua. No hubo necesidad. Me alejé caminando hacia atrás con suma lentitud. En realidad, los peligros en el monte son reales, pero incomparablemente menores a los que se corren en la ciudad, donde la violencia criminal es pan de todos los días.