Armando Martínez de la Rosa
No creas que son sólo palabritas…
Por razones fonéticas, emocionales, memoriosas y de otra índole, cada uno tenemos unas ciertas palabras preferidas que nos resultan agradables. Y otras que nos causan rechazo. Cuestión de gustos, que el idioma es grande.
Hay, por lo que a mí respecta, ciertos vocablos que me desagradan y otros que de plano repudio. Por si alguien coincide conmigo, enlisto algunos.
Tema es una de esas palabritas para mí insoportables por los excesos en el uso. Sea por pobreza de vocabulario, por pereza mental o por ausencia de imaginación, el tal vocablo anda por el mundo como las moscas, apareciendo en cualquier conversación. “En el tema de la genealogía de los huaraches de correa”, “en el tema del reglamento”, “en el tema del penal”, “en el tema de mis deudas”, “en el tema de a dónde vamos de vacaciones”, anda la palabreja -que antes fue respetable- como borracho colero que se aparece en cualquier fiesta sin ser invitado. En estos días nuestros, el vocablo suple cualesquiera otros lo mismo en una conferencia ilustre que en una abominable narración televisiva de futbol.
Otra hay que de vez en vez se aparece en mis lecturas ocasionales. No es el concepto que refiere, asaz respetable, sino cómo se escucha. Parece tallada a golpe de cincel de picapedrero. Tal es “sororidad”, que significa hermandad o solidaridad entre mujeres. ¿Y qué le vamos a hacer, si ya llegó?
Una más que se aparece con el disfraz de verbo comodín es “realizar”. Se usa como el chile en platillos de la cocina mexicana. “Realizó una entrega”, escriben algunos en vez de la sencilla forma “entregó”, “realizó una petición” por la más directa y aconsejable “pidió”. Para alguien que escribe profesionalmente, el verbo realizar debiera usarse poco y con precisión, nunca como manifestación de pobreza de lenguaje o flojera mental.
Tengo algunas más, pero me las guardo. Mejor quiero apuntar algunas que me agradan. Una de esas tiene hoy poco uso, está a punto de jubilarse. En Colima, décadas atrás, se utilizaba con cierta frecuencia. Esa es gañán. Los lingüistas le atribuyen origen francés, de gaignant, ganapán, y en español nombraba a un mozo de labranza o jornalero. Ha dejado de usarse. Sin embargo, quedó registrada con arte exquisito en La Feria, de Juan José Arreola.
“Contraté para trabajar la tierra a un mayordomo, con sueldo de un peso diario. Él a su vez apalabró ocho peones o gañanes con paga de cincuenta centavos pelones (…). El gañán que recibe este dinero se llama a sí mismo vendido y no puede trabajar ya de alquilado…”, narra el gran escritor zapotlense, Arreola.
Otro vocablo a mi juicio agradable no proviene del castellano, sino de un idioma indígena sudamericano, el guaraní. Se trata del sustantivo jaguar, derivación de yaguareté, que significa “bestia feroz” o “el que mata de un salto”. Pasó a nuestra lengua en esa forma, jaguar, y de la castellanización emigró a otras lenguas occidentales con la misma grafía aunque diferente pronunciación.
Una más, por su sonido, es barbaján. De origen incierto, parece provenir de la lengua gitana. Refiere a un hombre desaliñadamente barbado y, por tanto, tosco y brutal. Su máximo uso en el habla cotidiana se registró en 1900 y en 1950. En 2009, se redujo, conforme a estadísticas, a una tercera parte de su pico máximo. Los gustos y fobias son personales, subjetivos. Y la lengua la hacen los hablantes que determinan el uso, los significados y los auges o recesos de las palabras. “No creas que son sólo palabritas que se dicen nada más…”, canta la balada.