Armando Martínez de la Rosa
A veces no
Otros años, cuando la temporada de caza estaba por comenzar, usualmente tenía desde mucho antes lista la documentación que el gobierno exige a los cazadores. Son muchos los papeles, los trámites y los pagos que han de cubrirse y presentarse a la Defensa Nacional, a la Semarnat y otras oficinas. Un ir y venir a los bancos, al club que presta a sus socios el servicio de cumplir el último paso del largo camino. Y cuando por fin tenía todo listo, sólo esperaba un mes o un par, contando los días y las semanas, para el primer disparo.
Este año no ha sido así. Por diversas razones, entre ellas la atención a asuntos de salud, he dejado para cuando libre estos escollos, la superación de los obstáculos que la mentalidad absurda del gobierno, el ejército, la Semarnat y otros bichos burocráticos imponen con un placer sádico a los ciudadanos y una indiferencia fría y prepotente de sus personeros detrás de los escritorios. Y de los diputados y senadores que, con raras, muy raras excepciones, se han ocupado eventualmente de aligerar las cargas de caballería contra los ciudadanos.
Si de regreso de los asuntos de salud puedo tramitar los de la caza, habrá pasado al menos un mes de la temporada cinegética. Eso es especialmente frustrante para quien tiene y sostiene una pasión que para muchos otros es inexplicable, la de “estar cazando”, como sabiamente escribió el filósofo español José Ortega y Gasset.
Ni modo, qué le vamos a hacer. A veces la vida nos dice generosa que sí, y a veces escurridiza de sus encantos nos dice que no, que a veces no.
He investigado qué trámites cubren los cazadores de otros países para obtener los permisos y en cada nación son más o menos similares con pocas diferencias, si bien en esencia se trata de un acto: el gobierno te autoriza a cazar si cumples tales requisitos y abonas los pagos que se ordenen. Además, bajo las reglas y modalidades que cada Estado impone.
Todo eso es comprensible. La diferencia consiste en que en otros países es sencillo cumplir los requisitos y en México el gobierno y sus oficinas disfrutan con poner obstáculos y complicarles la vida a los ciudadanos. Pareciera que vivimos en el virreinato, no en la modernidad cibernética.
Imagino, por tanto, que los legisladores, los generales, coroneles y sargentos, los burócratas que se dicen ambientalistas y no dan golpe en remediar los males, se han complotado contra los ciudadanos que les pagamos sus sueldos y en ocasiones hasta sus trapacerías. E imagino cuando el mundo los haya lanzado lejos de una patada en el culo.
Mientras, aquí andamos, yendo, como escribió el poeta Miguel Hernández, “de mi corazón a mis asuntos”.
Ni modo, la caza puede esperar, y que Dios reparta suerte.