Armando Martínez de la Rosa

Se despide Alvin con tormenta

El amanecer soleado de ayer dejaba la impresión de que Alvin pasaría sin cumplir las promesas de lluvias fuertes. Alrededor del mediodía, se equilibraba el pleito entre el sol y las nubes. El viento fresquito, húmedo, acariciante, ese airecito que los ciclones mandan por delante, sostenía una esperanza leve de que llovería y mitigaría el grito dolorido de la tierra calcinada por meses de sequía y un calor de los mil y un diablos.

A las 4 de la tarde, cuando ya nos resignábamos a seguir resecos, comenzaron a caer las primeras gotas gordas, no muchas. Y de pronto, la tormenta. El cielo se derramaba por fin y el agua añorada volvía a esta tierra nuestra de cada día. Llegó leve aunque aceptable. Pasó pronto a mediana. Y de súbito volvió a ser el agua que conocemos, en las calles el torrente se iba haciendo más grande con rapidez. Inclinado el suelo de la ciudad en una pendiente que le da unos 50 metros de desnivel entre el norte y el sur, los ríos se formaron. Empezaron los apuros.

Las avenidas se llenaron, los charcos aparecieron y los autos lanzaban a los lados el agua mucha, como en los días antiguos. Arreció el viento. Comenzó a tumbar ramas, hizo volar el follaje, derribó algunos árboles viejos y otros de esos que por sus raíces superficiales nunca debieron plantarse. Ya se sabe que el arbolado de la capital es un himno a la anarquía y que los alcaldes siembran cualquier especie para salir en la foto y demostrar que -ellos sí- son reforestadores, próceres del ambiente y luchadores indispensables contra el cambio climático, aunque les valgan progenitora las consecuencias cuando hayan saltado a otro cargo.

Vino más agua. Muchos carros comenzaron a derrapar y chocar por alcance. En Pino Suárez, una mujer anciana resbaló al cruzar la avenida y resultó herida. Las motos se impactaron contra cualquier vehículo. Los semáforos se apagaron por los cortes al fluido eléctrico. A unos metros uno de otro, dos automóviles quedaron varados en el sur. Otros en el norte.

La de ayer en la tarde fue una tormenta que dejó algunos daños, sí, pero trajo mucha, muchísima agua. Ya nos hacía falta. Vino a tiempo, cuando mayo casi se nos escapaba seco, árido, caliente.

Hubo razón de contento, sensación de que habría en unas horas más una noche fresca y un motivo inexcusable para beber chocolate con pan e imaginarnos, con un poco de optimismo, que en Colima a veces, sólo a veces, no hace calor. Alvin, que parecía un mentiroso de las lluvias, pasó de Colima dejando al final su lluvia. La que ayer cayó de los cielos no era agua bendita, fue agua que nos bendijo.