Héctor Sánchez de la Madrid

Tiempo fuera

Hasta la masacre de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968, el PRI había gobernado sin mayores dificultades. A partir de entonces empezó a tener problemas de gobernabilidad debido al crecimiento de la población, la disminución de recursos, la insuficiencia de empleos en el sector público, el saqueo del erario, las arbitrariedades de las y los altos servidores públicos priistas enriquecidos brutalmente y la falta de castigo.

Recuerdo que desde los años 80 amigos míos despotricaban contra el PRI y les contestaba que el problema no era el abanderamiento ni sus militantes, ya que familiares de ellos y míos trabajaban en los gobiernos tricolores y eran militantes priistas, que se trataba de colimenses, de mexicanos, no de extranjeros ni de extraterrestres, el fondo era lo intrínseco, lo personal, no lo partidista o lo administrativo.

El desgaste del ejercicio del poder, aunado a los vicios creados durante 71 años, más la urgencia del presidente Ernesto Zedillo de pasar la estafeta al candidato del PAN, Vicente Fox, para que el expresidente Carlos Salinas no se le echara encima al concluir su periodo, hizo que por fin se diera la alternancia partidista en México. Fox tuvo la legalidad y la legitimidad de cambiar el sistema político que ya hedía y no lo realizó.

Su gobierno se montó en el trabuco político y administrativo creado durante el priato, en lugar de transformarlo, de quitarle lo malo y podrido que tenía y mejorar lo bueno y funcional que daba resultados, continuó con el mismo sistema, quizás un poco menos corrupto y oneroso que sus antecesores. Como sea, pudo transferir la presidencia a Felipe Calderón, quien llegó cuestionado legal y legítimamente.

Calderón tuvo que gobernar con ese lastre, más el crecimiento desmedido del crimen organizado; aún no entiendo cómo desarrolló una guerra contra los narcotraficantes si su secretario de Seguridad Pública, encargado de esa consigna, estaba metido de cuerpo entero. Lo bueno de su administración se pierde por ese antecedente. Lo anterior y la campaña mediática de Enrique Peña le permitió al PRI regresar a Los Pinos.

Peña Nieto obtuvo logros en su régimen, sin embargo, la corrupción fue su perdición y la de su partido. El periodista Salvador García Soto en su columna “Serpientes y Escaleras” narra el 30/01/2017 un encuentro entre el presidente Enrique Peña y su secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, con el entonces presidente del PAN, Ricardo Anaya, para negociar una alianza entre el PRI y PAN para 2017 y 2018.

La coalición no se realizó, Anaya exigía ser el candidato presidencial mientras Peña y Videgaray proponían que se hicieran varias encuestas entre los postulantes del PRI y del PAN y el que saliera abajo se sumara al de arriba; el soberbio queretano no aceptó y con ello se le abrieron las puertas al candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador, en un entendimiento implícito o explícito con el presidente Enrique Peña.

De esa forma arribó López Obrador a la presidencia de la República en su tercera y última oportunidad que se le presentaba. Anaya por el PAN, José Antonio Meade por el PRI y “El Bronco” como independiente dividieron el voto y el tenaz tabasqueño se alzó con la victoria sumando más de 30 millones de sufragios. Siempre he creído que el acuerdo fue explícito y he dudado que los votos alcanzados fueron reales.

Ahora bien, el presidente Andrés Manuel ha gobernado como se esperaba, no hubo sorpresas para quienes lo habíamos seguido en su carrera política. Mienten los arrepentidos que dicen que cambió cuando recibió la banda presidencial, siempre ha sido el mismo. Ha tenido aciertos, pero sus errores son mayores, sobre todo porque destruyó y desapareció instituciones y leyes que solamente requerían ser corregidas para mejorarlas.

En la historia contemporánea nuestra nación ha sido gobernada por tres partidos políticos con diferentes ideologías, 77 años por el PRI, 12 años por el PAN, y 6 años por Morena. Fueron 89 años con el mismo sistema político, no así los últimos 6 años que terminaron para bien y para mal con el viejo método tricolor que fue perfeccionándose y corrompiendo durante casi 9 décadas, hasta que fue reventado el 1 de julio de 2018.

Antes de ello México vivió la dictadura presidencial de José de la Cruz Porfirio Díaz Mori durante 30 años y 105 días, desde el 28 de noviembre de 1876 hasta el 25 de mayo de 1911, conocida como “Porfiriato”. Más de 113 años después, nuestro bellísimo país está a punto de iniciar en 13 días un camino incierto en el que se vislumbran muchas y claras señales de que podríamos entrar el 1 de octubre próximo a otra dictadura presidencial parecida al “Maximato” que sufrimos de 1928 a 1934 con los presidentes Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez bajo el mando del expresidente Plutarco Elías Calles. Los nuevos personajes serían Claudia Sheinbaum Pardo y Andrés Manuel López Obrador, respectivamente.