Armando Martínez de la Rosa

Furia solar

Días estos de furia solar sobre Colima los padecemos con resignación pero con quejas, lamentos y eso que en el pasado se llamaron “malas palabras”. Con nubes de lluvia en un cielo todavía despejado a ratos, la esperanza del fin de la resequedad crece.

Los colimenses y sus más viejos avecindados han tenido desde mucho tiempo atrás noticias de que en el calendario colimote sólo hay dos estaciones: el verano y la del tren. Con todo y que somos hijos del sol, seguimos quejándonos de la resolana, el calor y el sofoco como si tal fuese el único asunto de conversación por estas sudorosas fechas.

Ahora muchos disponen de aire acondicionado en sus casas y hasta van a los negocios y edificios que lo tienen para refrescarse un rato y volver a la vida. Aunque no pueden mudarse de plano, prolongan cuanto pueden su estancia en esos sitios de privilegio hasta que los sacan. Contra mi costumbre, haré un anuncio no pagado. A la entrada principal de Soriana de Villa de Álvarez hay un puesto que vende aguas frescas, helados y otros salvavidas. Como llegaba del solano, quise probar una aguanieve de mango. Nunca había comido tal manjar. Por 30 pesos, dan un vaso de buen tamaño con tal cantidad de hielo que cuando lo estaba terminando sentía la panza a punto de congelación. Pruébela.

Días atrás al pasar por una calle céntrica de la ciudad observé a un pintor pasado de peso como en 300 por ciento imponerse bajo el sol a la fachada de una casa. Se resignaba el hombre a su destino. Supuse que pensaría que es mejor aguantar el sol que el hambre. Unos días después, el mismo santo varón pintaba en la esquina a la vuelta de la fachada. Se había tomado un receso a la sombra. Otros tienen menos suerte y van por las calles ejerciendo un oficio cualquiera sin posibilidad de más sombras que las de su destino y las aleatorias que se encuentran en su ruta.

Por estos tiempos, las sombras de los árboles son botín deseado cuando de estacionar autos se trata. No importa que la goma caiga sobre la carrocería ni que los pájaros la caguen. Es mejor asumir tales inconvenientes que de regreso al carro encontrarlo vuelto un horno de fundición de metales. Por cierto, no deje dentro del carro encendedores, botes llenados a presión, celulares, refrescos embotellados y objetos similares porque pueden estallar.

Provea de sombra a sus mascotas, si no les permite entrar a la casa. Sombra y agua, así como espacios ventilados.

Menudean las quejas contra las altas temperaturas. Hay una, sin embargo, que distingue al habla colimota cuando del clima se trata. Cuando el termómetro baja unos pocos días del año, espetamos: “pinche frío”, pero al calor lo denostamos por sus atribuidas preferencias sexuales y decimos en Colima: ¡Ah, qué puto calorón!