Armando Martínez de la Rosa
Sabbath
La cinegética se practica en muy diversos terrenos, según donde se desarrolle, lo que depende del hábitat de la especie que se busca.
Una caza relativamente cómoda es la de huilota. Generalmente, ocurre en tierras planas, con frecuencia despejadas y de cultivo. Al principio de la temporada, que en Colima se inicia en octubre, la mayor dificultad es la abundancia de vegetación. Todavía llueve o ha dejado de llover apenas días atrás. En esas condiciones, se dificulta la caminata y, sin embargo, una adversidad es mayor: recoger las aves abatidas. Cuando no se utilizan perros de cobro, las tiene que buscar el tirador. Las altas hierbas ocultan los bichos caídos y desorientarse ocurre frecuentemente. A veces, cuando el ave cae aún viva, le bastan los últimos arrestos de fuerza para moverse y ocultarse donde no será encontrada. Puro instinto.
Más complicada suele ser la tirada de pato. Ahí convergen 2 ambientes: agua y tierra. Hay cazadores que prefieren disparar en tierra al paso de las aves, aunque las probabilidades de tirar son menores. Otros entran al agua, se pertrechan en la vegetación, casi siempre tule, y las oportunidades de tiro son más. La desventaja consiste en que los patos caen en el espejo de agua o, peor, en el tular, donde sólo los más empecinados buscadores o perros Labradores los recuperan. Hay quienes se apuestan de modo que la presa caiga en los claros del agua, donde los abatidos son bien visibles y fáciles de cobrar.
Cazar tejones, cuya carne es una exquisitez digna de los más exigentes gourmandos, resulta una de las más divertidas prácticas, sobre todo cuando se les dispara cuando se alimentan en árboles. Ágiles, veloces, se desplazan entre ramas y follaje de árboles altos, donde fácilmente se ocultan a la vista del tirador. Y la manada en movimiento, casi siempre compuesta por entre una docena y una veintena de bichos, complica más el disparo. Diferente es la caza del tejón solitario, como se llama a los ejemplares machos adultos que se separan de la manada, a la que vuelven en tiempo de apareo para cumplir su misión y después volver a su vida de ermitaño. Casi siempre se los encuentra al paso en las cacerías de venado. Son premio extra.
Me he referido en otras ocasiones a la exigente cacería de venado. Habitante preferente de terrenos agrestes, en cerros, montañas y bosques tupidos, el astuto ungulado se evade con facilidad gracias a su agudísimo olfato y su altamente sensible oído, si bien su vista no es tan aguda, aunque sí superior a la del humano.
Similar en dificultad es la caza del jabalí o pecarí de collar. Da la ventaja de desplazarse en piara de varios ejemplares, entre 8 y 15 bichos. Rápido y evasivo, anuncia sin embargo su presencia por su andar ruidoso.
Y de todas las cacerías, hay una que a mi juicio es la más difícil: la del choncho, que en Colima llamamos guajolote silvestre. En sentido estricto, no lo es. Más parecido a la chachalaca, a la que duplica en tamaño y peso, su plumaje oscuro y cuello desnudo, rojo y de papada colgante, lo semeja a un pavo, sin serlo.
Es difícil abatirlo por varias razones. La primera, su hábitat. Vive en bosques en las montañas altas, en pinares, encineras y robledales, que se encuentran por encima de los mil 800 metros de altitud sobre el nivel del mar. Tan sólo llegar a esos sitios demanda gran esfuerzo físico. La segunda es la costumbre de moverse entre el follaje pasando de un árbol a otro. Nada fácil es localizarlo. Y la tercera, planeando en vuelo, recorre grandes distancias en unos segundos y para protegerse suele pasar de una orilla a otra de barrancos profundos.
Un cazador que se anima a un gran esfuerzo físico y horas de caminata, puede cazar 1 o 2 ejemplares cuando le va bien. Vale la pena el intento, porque la carne de esta ave es deliciosa.
Así que un cazador que tira a una gama amplia de especies ha de ser, sin duda, un todo terreno.