Armando Martínez de la Rosa

Sabbath

¿Existen en la caza las corazonadas? Y si existen, ¿qué son en realidad?

Digamos que consisten en una extraña y súbita convicción de que algo va a suceder sin razón evidente alguna. Son una suerte de premonición de que el hecho acontecerá en un determinado lugar. ¿Por qué? No lo sabe uno, pero dentro bulle la certeza de que sobrevendrá.

Muchos años atrás, invitado por un buen amigo a pescar, salíamos del mar a bordo de su lancha luego de largas horas de infructuosos intentos de captura. Los peces ni siquiera habían testereado los curricanes, los carretes en las cañas se mantuvieron silenciosos.

Nos dirigíamos ya a la playa cuando a mi amigo se le ocurrió dar una vuelta a un morro sólo por no dejar pasar el intento. Circulamos lentamente en torno a la roca y no hubo suerte. -¿Nos vamos?- me preguntó. -¿Qué hora es?- respondí. -Cinco para las cinco- dijo. Y yo: -demos otra vuelta, porque estoy seguro de que a las cinco en punto se va a pegar un pargo-. Había surgido en mí la repentina seguridad de que aquello acontecería. Y sucedió a las cinco en punto. Un aceptable pargo se prendió del curricán y lo subimos a la lancha.

Hace algunas temporadas, nos dirigíamos mi estimado compadre Cándido y yo a “espiar” venado. Habíamos llegado al rancho a eso de las 11 de la mañana. Comimos más tarde y a las 3 emprendimos el viaje a los puestos de acecho, en un ojo de agua de buena fama. En el camino, le dije: -Compadre, estoy seguro, bien seguro, de que hoy vamos a matar un venado grande-. En efecto, una súbita convicción me indicaba que eso sucedería. Una interna sensación de contento acompañaba al augurio.

A las 4 de la tarde estábamos cada cual instalado en su puesto. Vigilaba yo desde una hamaca colgada en un árbol de peinecillo un horizonte despejado. De pronto, algo me impulso a descender y colocarme a unos metros del tronco, sentado en el suelo y recargada la espalda al reliz de la loma, a la sombra, con la escopeta sobre las piernas. Al oscurecer -me propuse- regresaría al árbol, si no aparecía un venado antes.

Y apareció. Poco después de las 6, lo vi a unos 50 metros. El bicho se detuvo a observar. Cuando volteó hacia mí, el disparo resonó en el monte. Era tan grande y tan pesado que se nos hizo de noche al bajarlo a la camioneta. La corazonada resultó cierta.

Educado en el rigor de la racionalidad, suelo no hacer caso a la intuición carente de al menos alguna probabilidad objetivamente fundamentada. Sin embargo, cuando retornó a las actividades humanas elementales, la cacería y la pesca lo son, atender la intuición reporta en ocasiones buenos resultados. Un elemento de la naturaleza primordial humana se activa y el hecho pensado se materializa, no por pensarlo, claro está. Me ha resultado. ¡Qué le vamos a hacer donde la ciencia y la filosofía dejan de existir para dar paso al instinto!