Armando Martínez de la Rosa

Sabbath

Cada cazador tiene su preferencia a la hora de construir un baluarte y hasta de prescindir de tal.

Cuando se caza al acecho, esto es, a la espera, se debe estar bien camuflado con una cubierta que tape el cuerpo y deje a la vez espacio de visión amplio y claro para disparar en el momento oportuno. De eso se trata el baluarte.

Los cazadores de patos suelen ser minuciosos constructores de baluartes. La razón es que esas aves distinguen desde grandes distancias los sitios de peligro y los evitan mucho antes de entrar a rango de tiro. Un patero experto me recomendaba el uso de cualquier ropa de camuflaje, a la vez que me aconsejaba un tanto dramático: “¡Pero por lo que más quieras en el mundo, no te muevas hasta el momento de disparar! ¡No te muevas, Armando!”, insistía.

En la caza mayor, especialmente la de venado, el baluarte es fundamental. Si uno ha de esperar largas horas el arribo del ciervo al comedero o al abrevadero, se debe estar fuera de la vista del bicho. Son tan astutos que se acercan a comer o beber y se mantienen a cierta distancia todo el tiempo que les parezca necesario hasta convencerse de la ausencia de peligro. Entonces se arriman. Olfatear humores extraños o escuchar ruidos inauditos, significa dar media vuelta y buscar otro árbol en privanza o un amial alejado. Y ver al cazador los vuelve flechas en inmediato escape.

En la antigüedad, los baluartes eran fortines de defensa de las ciudades. Se construían en lo alto de las murallas y fortalezas a modo de ángulos salientes para observar a gran distancia la aproximación del enemigo para dar tiempo a prepararse y ventaja para repelerlo.

Otra forma y otra función tienen en la cinegética y por lo general son provisionales. Los más comunes se levantan sobre el suelo con ramas y follaje cortadas en el entorno. Un estimado amigo, compañero de caza de venados, los arma con impresionante habilidad y rapidez tomando en cuenta hasta el mínimo detalle. Conoce bien la conducta de los ciervos.

Él mismo, cuando el medio lo permite, no coloca ni una ramita de zacate. Eso ocurre cuando el espiadero queda en lo alto y con rocas a la espalda, como si estuviese el cazador en un balcón. Me consta que funcionan bien y son ciertamente cómodos, tanto como puede serlo un sitio de espacio breve donde se pasará horas y horas, expuesto el tirador al viento, el sol del día y el frío de la noche.

Es frecuente el uso de la hamaca venadera colgada en lo alto de un árbol, a unos 3 ó 4 metros del suelo, no mucho más, pues entonces los arbustos del sotobosque pueden obstruir la buena visión del terreno de rango de tiro.

En ocasiones bien sirve un accidente del terreno que sólo hay que limpiar o las gigantescas raíces ancla de árboles monumentales. Otras veces, colocarse detrás de grandes rocas es suficiente. En suma, el cazador ha de adaptarse al entorno, usar los elementos del ambiente y aceptar resignadamente que nunca estará cómodo ahí, aunque en casa estaría mucho más incómodo añorando estar cazando.

La pasada temporada de venado, tomé una decisión arriesgada. Mi estimado compadre Cándido, que conocía bien el lugar de acecho, me aconsejó colgar mi hamaca de las ramas de un árbol desde donde tendría amplio campo de visión y de tiro. Mientras estuve ahí, observé en el piso un lugar que me gustó para colocarme sentado. Además, la pendiente del terreno me cubriría del solano que en el árbol me asaba la espalda. Bajé, limpié el suelo y me senté con el arma terciada sobre las piedras.

Una hora más tarde, apareció un gran venado macho, añoso y gordo. Se detuvo a otear antes de entrar a beber. Se paró en línea directa hacia mí, a unos 40 ó 45 metros, sin verme. Desde mi colocación, se formaba un túnel de vegetación sin estorbo alguno. Levanté la escopeta. Lo demás es historia para el ciervo y contento para mí.

Quiero decir con esto que cada quien sabe cómo cazar y que no hay ni mejores ni peores baluartes si estos o aquellos dan los resultados que se procuran.

Lo único que vuelve inútiles a todos los baluartes es un elemento ajeno al cazador: que el venado decida no bajar ese día o esa noche. La respuesta es una simpática expresión que he escuchado en el habla coloquial de muchas mujeres colimenses, quienes ante una circunstancia adversa no encuentran explicación. -¿Y como ahí, qué?- dicen. La respuesta, me parece, es simple: Pues nada, a regresarse a casa.