Armando Martínez de la Rosa

Sabbath

Observar los montes y su vida abundante esmerándose en prolongarse es una de las satisfacciones que da la caza más allá del disparo acertado o fallado. Un cazador va a los valles, a las lagunas, a las montañas no sólo por la carne exquisita y única que con un poco de suerte puede obtener, que termina por ser un premio secundario a su esfuerzo, a su dedicación, paciencia y astucia.

A los montes se va -al menos en mi caso- a observar, contemplar, deleitarse en la vista viva y actuante de la vida salvaje, de la flora persistente, lo mismo en la selva baja que en los bosques de galería, a mi juicio los de mayor belleza, los pinares, las huizacheras y sus entornos o los encinares que bajo su celosa sombra permiten crecer poco, apenas lo indispensable, los matorrales del sotobosque.

La caza ha sido generosa conmigo mucho más allá de abastecerme de viandas deliciosas y abundantes. Me ha develado unos pocos de sus secretos y sus normas, la de sus habitantes que las asumen sin remedio porque de respetarlas depende su vida y la de sus crías, la perpetuación de las especies, tanto desde los bichos ínfimos como los insectos hasta los mayores, mamíferos, reptiles y grandes aves.

Me han dicho a veces, o simplemente lo he escuchado por casualidad, que esta o aquella especie está en peligro de extinción. Guardo silencio y pienso si aquella persona lo dirá porque nunca ha visto que un venado pase por el frente de su casa o un cocodrilo se aparezca en la pila de su patio o porque nunca ha hollado los montes. Me da lo mismo, no respondo ni mucho menos discuto.

Acechaba a la vera de un ojo de agua la llegada del venado, a la sombra de grandes, gigantescos mojos, carreteros y espinos. A unos 150 metros frente a mí, en una vereda alta en la falda de una loma, vi de pronto un movimiento. Observé una larga fila de jabalíes, uno tras otro, que seguramente iban a beber agua y revolcarse en el barro de alrededor. Recorrieron un largo semicírculo y minutos después estaban frente a mí. Si sólo los hubiera contemplado, me habría sido suficiente. Hubo regalo adicional de carne.

Horas más tarde, llegó el ciervo sigiloso, cruzó frente a mí y lo reguardaron troncos de árboles. Se regresó a su querencia asustado, y sólo asustado, por el disparo fallado.

Cazábamos gansos Armando mi hijo y yo en tierras lejanas de Colima. Antes que los gansos nevados aparecieran, miles y miles de patos de un montón de especies cubrieron el espejo de agua hasta casi desaparecerlo. Acuatizaban bandadas una tras otra durante más de media hora. Nos contuvimos de dispararles en esos momentos. Esperábamos los gansos. Y llegaron. El resto de la mañana pudimos tirar a los patos y Armando abatió varias decenas. Tira bien, el muchacho.

Hiperactivos, ruidosos hasta casi el escándalo, diminutos roedores son los tesmos, abundantes ardillas de tierra. Cierto día, mientras acechaba por un venado, atrás de mi puesto parecía haber fiesta de esos prolíficos roedores. Me distraían y obstruían escuchar las pisadas de un posible ciervo acercándose. Volteé con la intención de lanzarles un guijarro para espantarlos y que se fueran con su música a otra parte. Entonces, la vida silvestre me regaló una escena que nunca he vuelto a ver. Un tesmo feliz montaba a su hembra posados ambos sobre una roca. Los contemplé porque estaba viendo la fuerza de la vida.

A principio de temporada, allá por octubre, he visto el arribo de las grandes parvadas de huilotas finalizando la migración. Miles de esas perseguidas aves volando a unos cien metros sobre los cazadores. Y por las mismas fechas, en bordos, la suerte me ha halagado con escenas de pichichis hembra encabezando el nado de su familia. Una vez conté 22 pollos detrás de la madre, en fila india.

En ocasiones he encontrado cocodrilos, malcoas, víboras de cascabel, grandes tarántulas, frenéticos pájaros carpinteros de varias especies. Algunos insectos me han dado dolorosas picaduras.

Con esas escenas y muchas cosas más me ha obsequiado la naturaleza. Lo agradezco, porque yo voy de cacería no sólo por la carne de los bichos.