Armando Martínez de la Rosa
Premiar al asesino
Con cada vez mayor frecuencia, en México lo imposible se vuelve posible, lo absurdo se normaliza y la estupidez se enseñorea, incluida la ofensa “institucional” a la presidenta.
Días atrás, la esposa de Andrés López, Beatriz Gutiérrez Muller, la misma que embarcó al marido en la demagógica exigencia a la corona española de pedir perdón a los pueblos indígenas de México por la conquista y que después pretendió para ella la ciudadanía hispana, insultó públicamente a la presidenta Claudia Sheinbaum. La frustrada ibérica señora de López le dijo a Sheinbaum que “la inteligencia no le sobra”. Y nunca ofreció disculpas como las que demandó de la corona española.
Larga es la historia de derroches del gobierno obradorista, hombre que tiraba el dinero público con el irresponsable desparpajo propio de quien nunca trabajó para ganarse la vida. Tendió vías a través de la selva causando daños ambientales para que corriera en ellas un tren maya que se desplaza con vagones vacíos a destinos a los que los turistas llegan en auto o en avión. De pasadita, sus hijos hicieron negocios turbios comprando balastre a Cuba -como si en los casi 2 millones de kilómetros cuadrados del territorio mexicano no sobrara piedra- para soporte de los rieles del fallido tren.
También emprendió una refinería, la de Dos Bocas, sobre terreno de ciénegas que ha costado 3 veces más que el precio original fijado por el proyecto y que no refina petróleo ni para mover una motocicletita de las que vende el tío Richie. Ahí se sigue tirando dinero público.
Con todo y las inundaciones en la tal refinería que no refina ni alcohol de caña, uno de los tantos textoservidores -como les ha motejado Miguel Acosta- ha tenido el cinismo de mostrar que el terreno del interrumpido nuevo aeropuerto internacional de Texcoco se ha llenado de agua. De Dos Bocas, inundado de agua y corrupción, nada dicen. Pues sí, es un lago y la ingeniería de construcción lo había considerado precisamente para evitarlo. Llegó López, lo canceló, edificó en otro lado una terminal de autobuses que habilitó de aeropuerto que está más solo que ermitaño. Mientras, el país sigue pagando la indemnización de cientos de millones de dólares por la cancelación de la construcción del nuevo aeropuerto que iba a ser una joya de la aeronáutica comercial. Dijeron que ahí había corrupción, pero a nadie acusaron ni llevaron a prisión.
En ese mundo al revés, el de la ineficiencia y el derroche de dinero público impunes, se desmanteló el sistema de salud pública que con todo y las fallas que tenía, funcionaba lo suficiente para decenas de millones de mexicanos sin acceso a los servicios de salud privados. Destruyó el Seguro Popular e inventó en su lugar el Insabi que luego desapareció el mismo espíritu transformador que lo creó. Molieron el sistema de abasto de medicinas al sector público y ahora la escasez es asunto cotidiano en el IMSS, el ISSSTE y hospitales gubernamentales. Acusaron de corrupción al anterior sistema de abasto, pero nunca encarcelaron a nadie.
De ese atentado al sistema de salud pública uno de los principales responsables es Hugo López Gatell. El mismo personaje que propició la muerte de 600 mil personas en la pandemia. El hombre pregonaba la inutilidad del cubrebocas, fue incapaz de equipar adecuadamente a los hospitales, dejó desprotegido al personal médico y de enfermería ante el coronavirus. En ningún país murieron por Covid tantos profesionales de la medicina como en México. Desdeñó las vacunas extranjeras y prometió fabricar la propia de México, la que llamaron Patriota o algo parecido, y nunca cumplió.
Ahora, en lugar de que estuviera en un penal de máxima seguridad, han premiado al asesino. López Gatell ha sido enviado por la presidenta Sheinbaum a Suiza, a ocupar la representación de México en la Organización Mundial de la Salud. No existe tal cargo, sino el de embajador de México antes los Organismos Internacionales con sede en Suiza, del que la OMS es uno más. Así es como concatenan, uno tras otro, los absurdos, las estupideces y los horrores burocráticos esos que se dicen transformadores. Y lo son, aunque transforman para mal, porque destruir también es transformación, aunque perniciosa.