Armando Martínez de la Rosa
Despacho Político
Quienes tengan la ilusión de que Claudia Sheinbaum será diferente y, por tanto, mejor que el desastroso gobierno de Andrés López, ya pueden volver a la realidad y darse una idea clara de cómo masca la iguana.
Ken Salazar, embajador de Estados Unidos en México, advirtió ayer en conferencia de prensa que la reforma al Poder Judicial impulsada por López es un riesgo para las relaciones comerciales entre su país y el nuestro, la elección popular de jueces abre camino a la intervención del crimen organizado y socava la democracia.
El embajador de Canadá en México, Graeme C. Clark, transmitió por su parte las preocupaciones acerca del mismo asunto que le externaron inversionistas de su país que tienen negocios en México.
¿Por qué las preocupaciones de ambos embajadores? Porque en caso de litigio entre sus países y el nuestro, en asuntos de negocios, los jueces mexicanos que dependerán directamente del gobierno y que tendrán nula experiencia en juzgar, obedecerán al Poder Ejecutivo, no a la ley. Tal conducta obligará a recurrir a juicios internacionales, como lo prevé el Tratado de Libre Comercio entre los 3 países.
Ante la magnitud de las expresiones de los diplomáticos, la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, respondió con tanta rapidez como ligereza con una verdad a medias, similar a las medias verdades y abiertas mentiras de López.
Sheinbaum dijo que en 43 de los 50 estados de la Unión Americana los jueces son electos por voto popular. Eso es una media verdad en el contexto generado ayer. Sí, los jueces estatales son electos por los ciudadanos, pero sólo cuando pretenden continuar en el cargo tras un periodo determinado. La primera vez son nominados de una terna por el gobernador.
Nada dijo la presidenta electa de los ministros de la Suprema Corte y los jueces federales de Estados Unidos. Todos son propuestos por el presidente de la nación y ratificados o rechazados por el Senado. Son vitalicios en el cargo y pueden ser removidos sólo por faltas graves tras un juicio político en el propio Senado.
Esas son las verdades a que Sheinbaum no hizo referencia. Malo, si no lo sabía; peor, si lo sabía y lo omitió deliberadamente. Y mucho peor si se atuvo a un consejero jurídico o diplomático que le abasteció de una verdad a medias.
La presidenta electa, así, da una muestra clara de que irá por el mismo camino que López. Mala cosa. Y peor cuando se trata de asuntos legales que involucran la confianza que las inversiones extranjeras necesitan para tener garantías de un estado de derecho. No se trata de “ganar” una discusión -tan dada la “izquierda” gubernamental a esas patrañas retóricas-, sino de argumentar en un asunto de tanta relevancia que involucra el comercio de México con sus dos principales socios comerciales y por tanto a la economía nacional.
Hasta en el arte de mentir ha de tenerse finura para que sea eficiente, al menos en lo inmediato. En este caso, el relato no mata al dato. Y el dato de los embajadores es asunto asaz delicado.