Armando Martínez Orozco

Al parecer, el pensamiento de Occidente está formado total y absolutamente contra el marxismo y no precisamente por las consecuencias dictatoriales de los resultados de su mala lectura -tomemos por ejemplo El 18 brumario de Luis Bonaparte, el primero y segundo tomos de El Capital y su crítica a Prudhon-, es como si todos los filósofos se organizaran porque el fantasma del comunismo no debiera percatarse del análisis del capital -entendido como la industria, la fuerza de trabajo, el dinero y las tierras- y sus desastres industriales donde bastantes viven en condiciones infrahumanas.

Ortega y Gasset, muy veladamente y no sin un dejo de simpatía, se lanzó en La rebelión de las masas con un desencuentro hacia el pensamiento realista, el cual tiende a absolutizar cualquier oposición minoritaria, juzgando de chiflados a cualquier pesimismo rojo.

María Zambrano sólo habla de la imposibilidad de conjurar el razonamiento de las mayorías marxistas ostentadas en el poder con la de incertidumbres antidemocráticas al coartar las libertades individuales -el derecho al voto, la libre sexualidad, una vivienda digna o el trabajo-. Zambrano, a pesar de todo, se mueve ingenuamente en un mundo de libertades bastante abstractas sin lograr concretar cuál es la verdadera definición de las libertades individuales políticas. Una lectura filosófica de Edipo rey nos encauza a discutir temas como la lealtad al padre, la justicia y el amor a la madre, todos ciertamente violados por el mismo Edipo, ideales sólo conjurados en la literatura griega e incapaces de formalizarse en una realidad más monárquica, real (monárquica por la lectura de Edipo rey, no se me malinterprete).

Ortega también nos invita a pensar cómo es posible ser detractor de Marx sin ser ciertamente un aniquilador de su filosofía, como por ejemplo la certidumbre de las masas politizadas y encumbradas en Gobierno de que sean ellas mismas tendientes a reconocerse vencidas teóricamente y prácticamente ante un gran desastre generado simplemente por sus impulsos revolucionarios.

La Cuarta Transformación, hasta ahora, avanza a pequeños pasos agigantados y no sé si será capaz de reconocer que el sueño glorioso del comunismo es precisamente eso, volver a la comunidad, a la sociedad primitiva, despolitizada en África pero politizada en sociedades autónomas, rurales y zapatistas de Chiapas y los resultados, económicamente hablando, no son en verdad alentadores. El ex presidente de México Andrés Manuel López Obrador llegó a decir que en todos los territorios dominados por el zapatismo, siempre ganaba el PRI, lo cual nos lleva a concluir que tal vez el zapatismo se piensa a sí mismo fuera de la lógica del Gobierno o no responde al timing político de los procesos electorales contemporáneos, ciertamente viciados por el partido dominante.

Pero cualquier Gobierno militarizado debiera estar con sana distancia fuera del juego democrático, que no es lo mismo que si de un teatro político se hablara, donde cada cual hace sus tropelías sabiendo que cualquier diatriba es sólo un gran teatro, y no es así con Morena. Ahora, si primero está el pueblo y primero son los pobres de esta patria, ¿por qué no son ellos los principales teóricos y organizadores del Partido? ¿A quién podría importarle que los obreros y campesinos de México no pudieran tener voz dentro de Morena?

Conclusión: la revolución de las conciencias y el humanismo mexicano deben encontrar un centro, estabilidad teórica y una firmeza inquebrantable de los partidarios de Morena para que el fantasma del comunismo no nos alcance.

(Foto: El filósofo español José Ortega y Gasset.)