Armando Martínez de la Rosa
Despacho Político
Una gran cantidad de ciudadanos, millones, estuvieron atentos a los hechos de anteayer a través de la televisión. El fenómeno revela qué le preocupa a la población más que cualesquiera otros asuntos nacionales.
Según estudios de audiencia, un show televisivo acaparó la atención. Se trata, revelan las cifras, de La casa de los famosos. Ahí estuvieron fijos los ojos nacionales antes que, digamos, la reforma judicial. Nada extraño ni fuera de lo usual en México.
Nunca he visto tal show, del mismo modo como quienes estuvieron concentrados en ese programa tampoco se enteraron de cuanto sucedía en la Cámara de Diputados, donde estaba cantada la modificación constitucional desde que el INE y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación le dieron a Morena y sus partidos cómplices una abrumadora mayoría que les permite reformar la Constitución según les dicte el presidente López.
La madrugada de ayer fue la culminación de la tarea de unos obedientes diputados federales (como aquellos obsequiosos del viejo PRI) que dicen ser la encarnación legislativa de “la voluntad popular”, cualquier cosa que esa ambigüedad signifique. Al amanecer, los obsecuentes le cumplieron la orden de su jefe.
Ocurrió en la madrugada, mientras dormían plácidamente millones de satisfechos con el resultado previo de… La casa de los famosos. Cuanto sucedió en el recinto alterno, improvisado, de los diputados le importa poco a la mayoría, que tampoco acudirá a votar en 2025 para elegir jueces, magistrados y ministros.
A los “pueblos” no les interesan los asuntos públicos por mucho que les afecten. Ocurre que son menos quienes perciben los efectos a futuro de medidas de gobierno, leyes promulgadas y decretos emitidos. No les importarán hasta que la lumbre les llegue a los aparejos. Tal fenómeno no es privativo de México. Acontece en muchas naciones donde el mito de “las mayorías” decide más allá de quién gobernará. Un ejemplo claro: el Brexit por el cual Inglaterra salió el sistema económico de la Unión Europea gracias a los sufragios de “los jóvenes” que apenas ahora resienten los efectos de su propia decisión. El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones y el infierno está pletórico de almas arrepentidas. Se puede ver en Venezuela, donde “el pueblo” ahora ve los daños de muchos lustros de complacencia y desinterés.
Si de las muchas indiferencias se nutren los regímenes autoritarios, los platillos son posibles con el servicio de una oposición ineficiente. En las elecciones de junio y los procesos previos, nunca atinó a apuntar al corazón de un régimen que se enfilaba a la dictadura “imperfecta”. Poca fue la energía contra la ilegal intervención del gobierno, y del presidente López en particular, en las campañas. Ni tomaron previsiones sobre la intromisión del crimen organizado, que fue más relevante que la de muchos candidatos oficialistas mismos. Hoy queda todo claro: el sistema de interferencia lo muestra Sinaloa y su criminal narcogobernador, Rubén Rocha Moya, eslabón de una larga cadena nacional. Sinaloa no es una excepción, sino una regla.
Quienes por décadas batallamos por democracia en el país, sabemos lo que viene. Y no es bueno. Aún más: es peor que aquel régimen de la “dictadura perfecta”, como la llamó el premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa. Peleábamos entonces guerras imposibles (muchos de los hoy “revolucionarios” del gobierno y su partido medraban en el PRI) y persistimos hasta que el régimen se abrió, poco a poco, regateando, pero se fisuró y finalmente se quebró. Costó sangre, sudor y lágrimas.
El régimen actual es una segunda versión de aquel que parecía inquebrantable. No lo es. Sólo hay que ser inteligente y persistente para minarlo y vencerlo. Con pocas excepciones, sus personeros y sus legisladores -y en 2025 hasta sus jueces- son aventureros y arribistas que pregonan austeridad republicana a bordo de autos de lujo, casas de sobra, negocios millonarios, fiestas de derroche, sueldos elevados, prerrogativas que acumulan. Son más de lo mismo.
La oposición fuera de los partidos, la oposición ciudadana, necesita entender con claridad lo que ahora sucede y lo que viene. Sólo así podrá fundar las bases de una larga batalla por recuperar la democracia y las libertades -que no le interesan por ahora al ciudadano común, ocupado en menesteres cotidianos- que pasarán por la vía de las crisis económicas que vienen. Ahí está la clave.