Armando Martínez de la Rosa

Hay modos y motivos bien diversos para marchar por las calles y llenar plazas como el zócalo de la Ciudad de México u otras ciudades.

Se puede llenar una plaza un domingo al mediodía con acarreados revueltos con espontáneos para fingir una fiesta por la posposición de aranceles aunque a los pocos días llegaron los del aluminio y el acero. Cada quien su fiesta.

O se puede marchar por la Calzada Galván de Colima, desde la Rotonda de los Desaparecidos, en el viejo parque de la Piedra Lisa, hasta la Casa de Gobierno para exigir la búsqueda y localización de los mucho más de mil desaparecidos forzadamente en el estado. Y de paso dar ejemplo de cómo puede ser fuerte, dura y a la vez pacífica una manifestación.

Y también llenar el zócalo de la Ciudad de México no con acarreados, sino con padres, madres, hermanos, hijos que buscan a sus desaparecidos porque el Estado, el gobierno, los gobiernos, omiten los deberes de, primero, proteger la vida y luego garantizar la localización de aquellos que no son encontrados. Ellos llenan la plaza junto con solidarios que entienden su dolor y repudian la injusticia. Cada quien su luto.

El campo de exterminio de Teuchitlán, Jalisco, que recién se ha convertido en noticia de horror nacional e internacional, ha expuesto un México donde el Estado es omiso y, por tanto, cómplice. Un Estado que ahora dirigen aquellos que antes salían a las calles y tomaban plazas al menor pretexto, los mismos que se quejaban -y con razón- por sus compañeros desaparecidos y asesinados. “Más de 500”, decían. Pero ahora están en el poder y se comportan indiferentes, insensibles, despóticos como los personajes de aquellos gobiernos a los que denunciaban para ganar votos.

Los que vivimos ahora son tiempos de horror, de impunidad, de injusticia, de complicidades entre gobiernos y criminales. ¿Qué esperan quienes gobiernan para romper el contubernio con los bandidos y proceder como es su obligación? ¿No quieren, no pueden?

¿O esperan que mucha gente termine por desesperarse y ante la omisión de los deberes del Estado decida tomar la justicia en sus propias manos y agrandar la mucha sangre que mancha al territorio nacional, aquí, allá y más allá? Lo pregunto porque no estamos muy lejos de cosa tal, en un México donde los ciudadanos pacíficos están hartos de que los pelafustanes violentos y los políticos amorales que los protegen a cambio de dinero decidan quién vive y quién muere. ¿De veras quieren un pueblo en armas? Piénsenlo bien.