** En las universidades seguimos construyendo epistemologías androcéntricas y coloniales que tienen un efecto sobre el tipo de conocimiento y aplicaciones o tecnologías que resultan de ese conocimiento: Rubén Hernández, de la UNAM.
Rubén Hernández Duarte, titular de la Dirección de Políticas de Igualdad y No Discriminación de la Coordinación para la Igualdad de Género de la UNAM, impartió la conferencia “Buenas prácticas para la igualdad y no discriminación en instituciones de educación superior”, en el auditorio Gregorio Macedo de la Facultad de Letras y Comunicación.
Durante su conferencia, explicó que “el derecho a la igualdad tiene que ver más bien con los resultados, con las posibilidades de construirnos, de realizarnos, no con que todas las personas seamos iguales; que se borren nuestras diferencias, nuestras identidades, intereses o ideas no es la aspiración del derecho a la igualdad”.
Señaló que los modelos de igualdad y no discriminación se basan en dos aspectos fundamentales. El primero es el Artículo 1 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que establece el derecho de todas las personas a disfrutar de los derechos humanos. El segundo aspecto reconoce la importancia de las diferencias entre individuos. “Este paradigma no busca ni pretende que nos veamos como personas idénticas, sino como diferentes y, sin embargo, iguales ante la ley”, explicó.
Por ello, el derecho a la igualdad y la no discriminación es tan importante como cualquier otro, ya que, si a un estudiante no se le respeta este derecho debido a su identidad de género, su pertenencia a una comunidad imaginaria o alguna discapacidad, “existe el riesgo de que se vea vulnerado su derecho a la educación”, advirtió.
Recomendó trabajar en estos temas desde las universidades, “pues de esta forma se comenzará a construir una agenda integral de dignidad, de autonomía y de organización de todas las personas. Para ello, se tienen que realizar diagnósticos acerca de cómo se encuentran las universidades”. Desde su experiencia, compartió seis núcleos desde donde se da la desigualdad y la discriminación en la educación superior en México.
El primer núcleo se refiere a las brechas en la composición de las comunidades universitarias; es decir, a la segregación por sexo, género, etnicidad o discapacidad. A esto le sigue la discriminación directa e indirecta. “La discriminación directa implica un trato injustificado que puede comprometer la dignidad y el bienestar de una persona, mientras que la indirecta se manifiesta a través de acciones que, aunque parecen neutrales, terminan excluyendo. Un ejemplo de esto es cuestionar la inversión en rampas argumentando que ‘no hay nadie que las necesite’”.
El siguiente núcleo aborda la feminización, racialización y estratificación social de los cuidados, donde las mujeres suelen ser las únicas encargadas de brindar las atenciones que sostienen la vida. “Algunos tipos de cuidados han sido racializados y clasificados según la clase social, por lo que es necesario que estas responsabilidades sean compartidas por todas las personas”, explicó.
La violencia directa, continuó, es otro de los núcleos. Son prácticas de hostilidad, sexualización, de incomodar, de invadir la esfera de la autodeterminación de las mujeres, de subjetividades feminizadas y finalmente epistemologías androcéntricas y coloniales (conocimientos y tecnologías), es decir, “cómo creamos conocimientos, desde qué modelos y referentes”.
“Lo que nos dicen las epistemologías feministas es que en las universidades seguimos construyendo epistemologías androcéntricas y coloniales que tienen un efecto sobre el tipo de conocimiento y aplicaciones o tecnologías que resultan de ese conocimiento”, manifestó.