Armando Martínez de la Rosa
Sabbath
Cuando José contó cómo había abatido el venado que corría despavorido delante de otro macho notablemente más grande y fuerte que él, la primera interpretación fue que el ciervo viejo perseguía al joven en una disputa por la monta de hembras, habida cuenta de que el tiempo de berrea entraba en fase alta.
En la berrea o corrida, las venadas entran en celo y los machos disputan entre ellos el privilegio de montarlas, preñarlas y perpetuar la especie y su particular genética. Y, claro, el premio es el frenético placer. En esas batallas del amor, algunos venados son heridos y en ocasiones muertos por sus adversarios. Esto ocurre sobre todo cuando uno de los contendientes tiene astas de un pico en cada una, como una lezna, de donde les viene el nombre de aleznillos. Más largas unas, más cortas otras, son dagas que pueden clavarse mortalmente en el contrincante.
Prudente como es la naturaleza (aunque se equivoque a veces) ha dotado a los venados de astas que conforme crecen se curvan y vuelven hacia dentro de la canasta, que en el ganado bravo se llamaría entre corniapretado y brocho, de múltiples velas. Eso les permite pelear por las hembras sin cornear al rival. Con los aleznillos es diferente y pueden matar.
Tal era entonces la primera explicación, por evidente, de por qué el venado grande perseguía al otro menos grande. Y con esa nos quedamos el primer día.
Al siguiente, nos apostamos muy temprano en los puestos cada cual. Pese a la abundancia de comida y el suelo claramente hollado en varias veredas, no acudieron los venados. A media mañana, escuché silbar dos veces en lo alto del cerro, a unos 500 metros de distancia por lo menos, un venado. No me había olfateado, porque el viento corría en dirección contraria. Supuse que entonces habría venteado a mi estimado compadre Cándido. Cuando al finalizar el acecho le pregunté del asunto, me señaló el rumbo de su puesto, muy lejos de donde silbó el ciervo. Lo más extraño fue que tampoco aparecieron los jabalíes, ni los tejones, ni las chachalacas en grandes parvadas como otros días. Unas pocas laboriosas ardillas recogían mojos que los también escasos pájaros tumbaban al faenar por comida en el follaje de los árboles.
De regreso al rancho, supimos que un campesino del rumbo había abatido un puma la noche anterior, unos kilómetros delante de donde nos apostamos.
Me pasé la semana siguiente especulando qué había sucedido ese día que hubiese provocado el repliegue de los bichos y el profundo silencio del bosque inactivo, hierático. Finalmente, me convencí de que los pumas eran la causa de la timidez y prudencia de sus potenciales víctimas. Desaparecieron de la zona y migraron temporalmente a otras. Los grandes gatos recorren cada día distancias largas -unos 30 kilómetros diarios, precisan los científicos que los han estudiado- en procuración de alimento. Así que pasarán varios días para que venados, jabalíes, tejones y chachalacas retornen a sus habituales dominios, cuando los pumas se hayan ido.
La otra conclusión quedaba clara. Al venado que abatió José no lo perseguía el macho aleznillo que corría detrás de él. Ambos volaban por su vida, en sendas carreras para escapar al ataque de un puma. Es -diría Ferrusquilla- la ley del monte por la que unos intentan matar y comer a otros, y esos otros corren por su vida.
Esa ley no es cruel ni despiadada, porque no se rige por valores humanos. Es lo que hay, la norma que permite que la vida acontezca en los montes y se equilibre. Nosotros, los cazadores, no invadimos, como algunos acusan, ese mundo. Nosotros somos también parte de tal mundo, del que bosques, ríos, montañas, páramos, desiertos y otros ambientes son igualmente componentes. En ese planeta hemos nacido porque antes, milenios, otros humanos cazaron impelidos por sus genes, que nosotros heredamos y tenemos activos. Otros en quienes están apagados, latentes, que despertarían en una circunstancia extraordinaria para ellos, prefieren pagar por que otros maten por ellos y les compran las viandas en las carnicerías. Cuestión de gustos y de que cada cual tenga su muy respetable estilo de vida.