Héctor Sánchez de la Madrid
En solfa
En una democracia se gana y se pierde, en una dictadura o en una “dictablanda” siempre gana quien tiene el poder. ¿En cuál de los tres sistemas ubica usted a México? Yo escogería la tercera ya que no vivimos en una democracia ni tampoco en una dictadura, nos encontramos en un estado intermedio, esto es, en ocasiones respiramos aires democráticos y en otras tufos autoritarios como en una dictadura.
Nadie con dos dedos de frente y un gramo de honestidad puede afirmar que el proceso electoral que acabamos de sufrir fue equitativo y legal, sin embargo, tampoco que el presidente de la República haya impuesto a su sucesora sin haber llevado a cabo un procedimiento público en el que salimos a votar más de 60 millones de ciudadanos, sin presiones policiacas o militares, en libertad absoluta, tenemos que reconocerlo.
Aun así, ninguna autoridad federal ha violado la Constitución y las leyes electorales como lo ha hecho el presidente Andrés Manuel López Obrador desde mucho antes de que iniciaran los tiempos comiciales que marcan la norma fundamental y la ley secundaria respectiva, sin que los órganos encargados de vigilar y sancionar la legalidad del proceso electoral se atrevieran a frenarlo y meterlo al orden constitucional y legal.
La elección presidencial del 2 de junio estaba viciada desde varios años atrás cuando el mandatario empezó a promover abiertamente a su candidata, transgrediendo cotidianamente la ley y pisoteando la investidura como titular del Poder Ejecutivo. Solamente en una “dictablanda” como la nuestra, en la que no se respetan la Carta Magna y el estado de Derecho podía pasar lo ocurrido desde entonces hasta el domingo antepasado; nadie sabe hasta cuándo.
El esfuerzo de la candidata de la coalición opositora, Xóchitl Gálvez Ruíz, fue loable y plausible. Valiente e incansable la hidalguense le dio pelea al poderoso aparato gubernamental de Morena, integrado por el presidente López Obrador, el Gabinete, las fracciones de las Cámaras de Senadores y Diputados, los gobernadores, alcaldes y Congresos estatales, además de cargar con el lastre que representan Alito y Marko que nadie los quiere.
Es verdad que Xóchitl requería la membresía partidaria para registrarse, hacer su campaña y formar una estructura para el día de los comicios presidenciales, sin embargo, también lo es que el desprestigio de los abanderamientos, de sus dirigentes, de muchos exmandatarios federales y estatales, así como de muchísimos exfuncionarios de primer nivel del pasado reciente y remoto pesaron bastante y la hundieron el último 2 de junio.
Tan están mal los partidos Revolucionario Institucional, Acción Nacional y de la Revolución Democrática, que no tuvieron militantes suficientes para cubrir a los representantes de casillas, lo que originó que sus adversarios políticos se despacharan con la cuchara grande en las urnas puesto que no había nadie que los vigilara. El negroamarillo no alcanzó el 3% de la votación general y todo indica que perderá su registro nacional.
Los expertos señalaron que se necesitaba una votación arriba del 63% para que Xóchitl le pudiera ganar a la candidata oficialista, Claudia Sheinbaum Pardo, cifra que no se alcanzó y quedó lejos ya que fueron 60 millones 115 mil 184 los ciudadanos que sufragaron, esto es, el 61.04% de la Lista Nominal de Electores, lo que significa que el 38.96% de ciudadanos registrados no salieron a votar e hicieron la diferencia.
Si ese casi 39% de ciudadanos hubieran acudido a votar y dos terceras partes de hubieran ido a favor de Xóchitl la balanza se habría inclinado a favor de la candidata opositora, sin embargo, sabemos que no existe el hubiera, pero me gusta hacer ese tipo de ejercicios de lo que pudo haber ido y no fue, en este caso para responsabilizar a las y los ciudadanos que no votaron y con ello ayudaron a ganar a la candidata oficialista.
Hubo muchos errores de parte de la oposición, bastante menos del lado oficial, como el no quitar a los dirigentes del PRI y del PAN (del PRD daba lo mismo) para limpiar la imagen cuestionada de los todavía presidentes de sus partidos que se aseguraron sendas senadurías plurinominales y al menos el primero de ellos pretende reelegirse o dejar al frente del tricolor a un títere que lo manejaría desde el Senado.
Claudia Sheinbaum obtuvo la mayoría de los sufragios, es cierto, pero ello no significa que haya sido la candidata idónea ni que hubiera presentado la propuesta perfecta, tampoco que llegará al poder presidencial muy fuerte. Las razones fueron los respaldos descarados e ilegales del presidente López Obrador, del Gabinete, de los legisladores federales y estatales, de los gobiernos de la Ciudad de México y las entidades morenistas. Aun con ese apoyo totalitario ni siquiera alcanzó la mitad del padrón electoral. Así que, fanáticos de Andrés Manuel, no lancen las campanas al vuelo, ganaron a la mala y por la apatía tradicional de las y los mexicanos.