Armando Martínez de la Rosa
Despacho Político
Prometió el oro y el moro. Un día pegó el discurso. Millones de ciudadanos estaban hartos del PRI y el PAN. Lo imaginaron profeta, redentor, líder y un montón de figuraciones más le formaron los publicistas.
Arreó varios partidos de esos en subasta permanente. Su discurso refrescó el lenguaje político y llegó a los electores. Fue presidente y ayer se terminó su periodo constitucional. Veremos en los meses por venir si el Maximato se instaura y con él una dictadura a trasmano.
Prometió devolver a los militares a los cuarteles y una vez en el poder les entregó la brida del caballo. Se congració con la élite militar con contratos de obra, la mantuvo contenta. México está hoy militarizado gracias al que lo iba a desmilitarizar.
Anunció la paz y la seguridad públicas y ha dejado un reguero de sangre, violencia y terror. 200 mil asesinatos en su periodo de gobierno, muchos más que los dejados por los odiados presidentes “del pasado”, y más personas desaparecidas forzadamente. La complicidad y la cobardía gubernamentales se institucionalizaron bajo el lema “abrazos, no balazos”. Los bandidos fueron felices.
Encarrerado el verbo, que la lengua lo puede todo, se comprometió a no incrementar la deuda pública. Recibió esa deuda en 2018 en 8 billones 87 mil 259 millones de pesos. Hasta ayer, la deuda que deja es de 13 billones 987 mil 877 millones de pesos. Esto es, en su gobierno aumentó la deuda pública en 5 billones 900 mil 618 millones de pesos. El que no iba a subirla, la incrementó en más de 50 por ciento en 6 años. ¡Qué neoliberal resultó!
Deja la vida más cara, con precios de bienes básicos en permanente aumento. Es la carestía que daña más a los más pobres, los que eran primero.
Pregonó la reducción a 10 pesos el precio del litro de gasolina y está en 24. Construyó una refinería, la inauguró 2 veces y no empieza a refinar petróleo. Costó más de 3 veces el precio anunciado originalmente.
Destruyó la obra de construcción del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México -iba a 30 por ciento y aún estamos pagando el costo de haberlo desmantelado- y edificó uno chafa que casi nadie usa. Presumió que un día ahí aterrizó un avión de guerra estadounidense, pero no reveló que es un modelo diseñado para pistas cortas.
Construyó una vía para el Tren Maya, derribó millones de árboles, dañó mantos de agua subterráneos, afectó el hábitat de la fauna silvestre de esa región y el ferrocarril tiene ingresos menores a su gasto de operación y difícilmente será autosuficiente en muchos lustros.
Compró voluntades mediante entrega de dinero que, por supuesto, la gente que lo recibe se lo agradecerá… mientras dure. Bien decía Maquiavelo en su libro Discurso sobre la primera década de Tito Livio que los peores príncipes (gobernantes) son los que compran voluntades con dinero público.
Su indolencia propició que durante la pandemia murieran cientos de miles de personas que pudieron salvarse. Con la enfermedad en boga, recomendó continuar las actividades colectivas y atenerse a estampitas religiosas para ahuyentar el contagio. Acusó a los padres de niños enfermos de cáncer que le reclamaban medicinas de intentar «un golpe de Estado». Tal su desvergüenza.
Arremetió contra varios expresidentes de la república, los acusó verbalmente de corrupción y abusos de poder, pero nunca, absolutamente nunca procedió penalmente contra ellos, y menos contra Enrique Peña Nieto, a quien parece temerle, vaya a saber usted por qué motivos o qué le sabe Peña.
Calumnió, ofendió y persiguió a periodistas que lo criticaron y fue generoso -no de su dinero, claro- con la prensa que lo alabó. La emprendió contra organismos autónomos que la democracia mexicana construyó en 30 años porque no se doblegaron ante sus intereses. Los dobló finalmente, como al INE y al Tribunal Electoral para que le dieran a Morena una sobrerrepresentación legislativa, la llave de la dictadura. Y con esa llave, ha abierto la puerta a la destrucción de la autonomía del Poder Judicial.
Una vez en el poder, traicionó a muchos de quienes le ayudaron durante lustros a sostenerse en una campaña electoral permanente, como el caso emblemático pero no único, de Porfirio Muñoz Ledo, a quien maltrató hasta la muerte. En cambio, se rodeó de oportunistas corruptos como Manuel Bartlett y muchos otros expriistas.
Contra su promesa explícita, permitió que familiares suyos hicieran negocios al amparo del poder político.
Habló, habló y habló miles de horas para hacerse propaganda personal, para intervenir ilegalmente en los procesos electorales. Habló, habló y habló sin freno y, peor, sin reflexión ni pudor. Más que el hecho real, le importó la imagen. Tal el motivo de tener siempre “otros datos”. No es de risa, sino de preocuparse de esa conducta de los políticos de sistemas en decadencia.
Se distanció de los principales socios comerciales de México y se coludió con dictadores, tiranuelos de aldea, como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Prometió poner a Trump en su lugar y siempre se dobló ante él de manera vergonzosa, humillante.
Dividió con su discurso envenenado a la sociedad mexicana para confrontarla y ganar él.
Hoy, 6 años después, México no es mejor que antes de López.
Quisiera decir, hoy que se larga, “te fuiste conchita al mar”. Soy, sin embargo, de quienes creen que se va a quedar agazapado, presionando, reclamando, amenazando, mintiendo, maniobrando, intrigando. Si la presidenta lo permite, mala cosa para México el nuevo Maximato.