Armando Martínez de la Rosa

Despacho Político

Fueron más que noticias falsas, fake news, las que anteayer involucraron a dos alcaldesas, Esther Gutiérrez, de Villa de Álvarez, y Rosa María Bayardo, de Manzanillo.

Ajenas a los hechos en que se les pretendió involucrar directa e indirectamente, ambas presidentas municipales fueron víctimas de un ambiente de descomposición social que en Colima se agudiza por la vía de una violencia imparable. Ni siquiera habrá que detenerse a buscar el origen de la información falsa o a dilucidar la intención del desprestigio en el contexto de que ellas han sido integradas a las listas informales de aspirantes a la gubernatura que se disputará en 2027.

Tanto se ha degradado la información no profesional en las redes sociales que Bayardo y Gutiérrez tardaron en reaccionar a las imputaciones de que fueron víctimas. Lo mismo da que ellas mismas no hubiesen considerado la necesidad de una aclaración tan inmediata y oportuna como el caso lo ameritaba o que sus asesores y sus aparatos de comunicación hubiesen sido lerdos ante la siembra de las falsedades. El resultado es el mismo.

Junto a los beneficios de las redes sociales, los perjuicios suelen aparecer desde el anonimato para arraigarse en la convicción de un público asaz acrítico como el que hurga en la vorágine de imprecisiones de ese ambiente de comunicación de alta fragilidad, en donde la prueba sobra y nunca se exige y la documentación de sustento de las afirmaciones resulta un estorbo porque al lector no le interesa.

Cuando la violencia criminal es cada día más irrefrenable por inacción gubernamental y cuando la impunidad propicia la proliferación del asesinato, la desaparición forzada y la extorsión, los políticos pierden credibilidad y al mismo tiempo merma la autoridad que debieran tener ante los ojos de los ciudadanos.

En la política, a la vez, gana terreno velozmente la frivolidad. Partidos y gobernantes -más estos últimos- han creído que parte importante de su función es la fiesta. A falta de pan, recurren al circo. Han descendido de autoridad legítima a promotores del jolgorio para ganarse -eso creen- el aprecio de la comunidad. Los actuales, en funciones, debieran experimentar en cabeza ajena. La expresidenta municipal de Colima y actualmente regidora, invirtió gran parte de su tiempo y del presupuesto de la alcaldía en organizar fiesta tras fiesta con el afán de ganar voluntades y reelegirse. Perdió los comicios y demostró que la banalidad deja pocos dividendos en política, sobre todo en tiempos en que se requieren gobernantes serios, capacitados, inteligentes y trabajadores en asuntos importantes.

Cuando son percibidos frívolos, quedan frágiles ante la mentira, la calumnia y el socavamiento de prestigio con que eventualmente se les agrede. Y sobra quien entre la colectividad, sin reclamar prueba alguna, crea en los infundios y encuentre en la fantasía el sustento a su fugaz convicción pese a la evidente falsedad de la información tal.

Más que jolgorio en la plaza pública, una sociedad agobiada por la violencia criminal reclama acciones eficientes ante la delincuencia tanto o más que la atención a necesidades colectivas como las obras públicas de beneficio común grandes y pequeñas, los servicios y otras similares.

Es buena y necesaria la fiesta, sí, pero no sistemática, sino sólo después de haber cumplido arduamente el trabajo fundamental, que es exigible a todos los políticos en el poder. Sólo así formarán la coraza que los proteja de la calumnia y la falsedad.