Armando Martínez de la Rosa
Sabbath
Hay fiesta en los montes. Han vuelto las cabañuelas. Así se nombraba antiguamente a las lluvias de los primeros días de enero. Ignoro por qué desaparecieron y sólo rara vez, como ahora, caían esas leves lluvias portentosas que amortiguaban los primeros efectos de la sequía.
Pareciera poca el agua por la levedad de las lluvias. Sin embargo, en los montes es bienvenida por los bichos. Por estos días, la vegetación muestra efectos naturales. El sotobosque entra en estado de latencia por deshidratación. Los árboles grandes -no todos- tumban el follaje y entran en una suerte de sueño del que despertarán cuando vuelva el temporal. Otros, perennifolios, conservan el verdor de las hojas y lanzan al suelo sus frutas de las que muchos bichos obtienen agua.
En las corrientes de las montañas ya casi no hay agua y los manantiales comienzan a secarse. Quedan pocos con líquido que aplacará la sed de aves, mamíferos, reptiles y otros habitantes, incluidos insectos, de valles y sierras.
Las cabañuelas son un tentempié que ayuda a la fauna y a la flora a resistir hasta finales de mayo y principios de junio, cuando las primeras lluvias retornan. Aunque parezca poca el agua, en algunos sitios altos se formarán escorrentías que reabastecerán los mantos acuíferos y otra parte se acumulará en depósitos naturales. No, no es poca el agua que cae, si consideramos que moja amplias zonas de manera constante durante varias horas, a veces días.
Tras consultar el tiempo, decidí cancelar una cacería de venado esta semana. Primero, los nublados persistentes desfavorecen la caza al acecho, o como decimos en Colima los cazadores, espiando, esto es, apostándose en un lugar determinado donde las probabilidades de que acuda un ciervo son altas. Lo mismo puede funcionar que fallar. Lo importante es el intento, estar ahí, “estar cazando”, como sabiamente definía el placer de la cinegética el filósofo español José Ortega y Gasset.
El tiempo nublado altera la dirección de los vientos, de modo que cambian de dirección de un momento a otro con frecuencia. Así, espiar es tarea destinada al fracaso: los ciervos y otros bichos perciben los humores humanos y se alejan.
Con los nublados, me nacía la esperanza de que hubiera lluvias. Y las hubo al menos ayer. Intermitentes, sí, pero en un día terminan por acumular volumen y dejar su beneficio en los montes. Se volverán a llenar los ojos de agua y renacerá la pastura. Eso es bueno para los animales y, por consecuencia, para el cazador. Con el verdor renacido, la visión en el campo se dificultará. Eso es bueno porque torna más difícil la caza. A mí, por lo menos, me atrae poco la cacería fácil.
Las venadas, tras estas lluvias, volverán al celo y prolongarán la berrea, las corridas en que los machos persiguen a las hembras para preñarlas previos combates entre los venados para ganar el derecho a la monta.
Los días por venir, pasadas las cabañuelas, serán mejores para la caza. Vale la pena aguardar. La paciencia es virtud de cazadores, qué duda cabe.