Armando Martínez de la Rosa

Sabbath

Una de las normas éticas de un cazador auténtico ordena abatir la pieza de caza de un solo disparo para evitarle sufrimiento. Y si aún vive después del primer tiro, rematarla lo más pronto posible. Si escapa herida, es obligación buscarla hasta encontrarla o al menos esforzarse al máximo en la localización, incluso un día después.

La regla se aplica lo mismo a las piezas de caza menor como la de caza mayor. Casi siempre, el abatimiento es instantáneo, aunque un disparo deficientemente mal impactado o un movimiento inesperado del animal en décimas de segundo pueden provocar sólo herirlo. Y ahí se aplica la obligación de la búsqueda.

Cuando de venados se trata, el asunto puede complicarse. Son bichos de una gran resistencia. Aun heridos de muerte, pueden correr cientos de metros en el intento de escape y encontrarlos se torna en labor complicada, prolongada y agotadora, pero hay que cumplirla.

Cierta vez, un venado llegó al espiadero en que lo esperaba, un abrevadero. Se protegió detrás de unos tallos de árboles delgados pero tupidos. Se mantuvo quieto no sé cuántos minutos y esperé a que saliera. El primer disparo lo impactó y aun así corrió. Sobre la carrera, tiré el segundo. Salió de la vereda, se internó en el monte y no se escuchó más ruido. Dejé pasar más de una hora para salir del puesto a buscarlo. No lo encontré. Horas más tarde, llegó un estimado amigo que bajó de su puesto que estaba cerro arriba, enterado por radio del suceso. Experto venadero, excelente en seguir huellas, finalmente lo localizó. -Ahí está- me dijo apuntando con el dedo índice. Le bastó ver unos cuantos pelos del ciervo dejados en una piedra pequeña para ubicarlo más adelante, donde yo ya había buscado sin hallarlo.

Hace unas dos décadas, un compañero de caza tiró a un venado macho grande y fuerte. Lo impactó. Herido, corrió montaña abajo, entró a una barranca y se perdió. Finalmente, el grupo lo encontró a unos 600 metros del sitio del tiro. Cuando lo destazamos, vimos que un perdigón le había partido el corazón y así había llegado tan lejos en su escape.

¿A qué parte del cuerpo se ha de disparar para que el tiro sean fulminante y que el bicho no sufra? Esa pregunta da motivo a polémica entre cazadores. Unos prefieren apuntar a la cabeza, otros al codillo y unos más al cuello. No hay una receta ni una técnica única. Primero, hay que tener en cuenta si se caza con rifle o con escopeta, armas totalmente diferentes que requieren de técnicas igualmente distintas entre sí. Segundo, y relacionado con lo anterior, la distancia de disparo. Y tercero, la convicción personal.

La ventaja de disparar a la cabeza consiste en que el tiro suele ser único y definitivo cuando se acierta. Personalmente, no me gusta. Puede quebrar las astas del animal y deslucirlas cuando se coleccionan. Tirar al cuello es certero cuando el venado está atravesado, esto es, perpendicular al punto donde se encuentra el cazador. Para mi gusto, el codillo, si se usa escopeta, puede impactar en una zona más amplia y pegar en la panza, lo que puede interesar los intestinos y provocar un derrame que contamina la carne. Es lo que se llama “pancear”.

Antes esas opciones, prefiero una en particular: el tiro al punto entre la base del cuello y el codillo. Deja la cabeza intacta, no “pancea” y suele ser fulminante.

Pero en estos menesteres, como en todos los asuntos de la vida, cada quien tiene sus métodos probados, sus gustos y sus experiencias. Y todos son válidos.