Armando Martínez de la Rosa

Sabbath

¡Qué lejos se ve hoy en retrospectiva aquel viejo Colima apacible y pequeño, casi diminuto!

Los límites urbanos eran, al sur, el parque Hidalgo y la estación de ferrocarriles, cuando los trenes eran de carga y pasajeros. La glorieta del Rey de Colimán marcaba otro lindero al sureste. Partían de ahí la carretera a El Costeño -suburbano entonces- y al norte la calzada Galván y la calle que por su trazo se llamaba La Diagonal, avenida con el nombre del mítico monarca colimote, que desembocaba en el jardín Núñez unas pocas cuadras arriba. Por el poniente, la ciudad apenas se había conurbado con Villa de Álvarez, precisamente en donde está la tienda La División. Y por el norte, la traza urbana se terminaba en el Anillo de Circunvalación, hoy avenidas de los Maestros y San Fernando.

Por la ruta aledaña al jardín de los Gringos, entonces en las goteras de la ciudad, se iba al balneario de San Cayetano por una brecha empedrada. El lugar, donde Benito Juárez impulsó el siglo antepasado la instalación de una fábrica de hilados y tejidos, convertido en balneario, concurrido por paseantes de la capital, sobre todo los fines de semana, era propiedad de don Lucas Huerta Dueñas.

Por el suroeste, el lindero lo marcaba la glorieta del Charro, la salida al Rancho de Villa. Aunque parecía lejos, el sitio estaba a unas pocas cuadras del centro de la ciudad cruzando por el barrio de la España, uno de los más antiguos de la urbe.

Así que la pequeña capital del estado tenía cerca muchos potreros de fácil acceso. En otoño, apenas comenzado octubre, los cazadores de huilotas se desplazaban a los cazaderos a pie, en bicicleta o en carro, que no eran muchos los que disponían de uno. La mayoría tiraba con chispeta, esto es, una escopeta rústica que se cargaba de munición y pólvora por la boca del cañón y se accionaba con un fulminante de chispa. Los más afortunados disparaban con rifles de calibre .22 o escopetas hechizas o de fábrica, según cada cual pudiera adquirirlas. Las armas de fuego y los cartuchos se vendían libremente en la tienda de don Guillermo Saucedo, en la avenida Madero.

Con tales facilidades, por las tardes aparecían algunos cazadores pregonando la venta de huilotas cazadas horas antes, portadas en un costalillo. En ese tiempo, el pregón callejero era común.

-¡Hay huilotas!- gritaban. Y la gente salía a comprar las aves para comerlas en la cena en una típica salsa de tomate, y si el tomate era de milpa, esto es, silvestre que se recolecta en otoño, mucho mejor, pues da al guiso un sabor exquisito superior al que se obtiene del tomate gordo. Se complementaba el platillo con frijoles refritos en manteca de cerdo y tortillas de mano, que no había de otras.

Por las mañanas, se escuchaba otro pregón, el de los pescadores. Ofrecían el producto de la pesca en ríos y lagunas de las cercanías de la ciudad. Pasaban con sartas de guabinas anunciándolas a voz alta.

-¡Hay guabinas y güevonas!- anunciaba uno con ingenioso humor.

En las sartas de pescado llevaban también chopas frentonas, doradillas y de vez en vez hasta chigüilines y tempizas, especies que ya escasean en las aguas de los ríos de Colima, en parte por la contaminación por agroquímicos de la agricultura, por el exceso de capturas y sobre todo por la introducción de especies exóticas como la tilapia, pez de origen africano que ha invadido las aguas colimenses y desplazado a las especies nativas.

Los chacales -zurditos, burras y crecedores- eran los más apetecidos. Portados en canastillas, se ofrecían en el pregón y los pescadores terminaban rápidamente la venta. El caldillo de chacales es todavía hoy uno de los platillos colimenses más apreciados, aunque el precio de estos bichos se ha elevado hasta volverlos inaccesibles a la mayoría de los bolsillos.

Otros pregoneros vendían queso fresco, requesón envuelto en hoja de maíz a modo de un tamal, jocoque y crema. Unos más, chicharrones. -¡Chicharrón de puerco y puerca!- gritaba uno. Bolillo y pan dulce, fruta enmielada. Y en un carrito con horno y de silbido peculiar, los camotes tatemados, otra exquisitez colimota.

Hoy, para comer huilotas y pescados de río se debe ir de caza y de pesca y es gastronómicamente afortunada la familia que tiene entre sus miembros un cazador o un pescador. Ya no se pregonan más en las calles de un Colima que es asaz diferente al pueblerino y feliz de hace muchas décadas.