Armando Martínez de la Rosa

** La tradición de honrar a los difuntos el 2 de noviembre proviene de Europa. ** En México, la fusión de culturas alentó la fiesta fúnebre.

En la cultura mexicana, el Día de Muertos es una de las más arraigadas manifestaciones del mestizaje de europeos con mesoamericanos y expresión de una nueva civilización que surgió del choque de la Europa renacentista y la Mesoamérica inmediata posterior al derribamiento de la sociedad mexica.

Antes de la llegada de los europeos, en Mesoamérica honrar la memoria de los muertos era práctica común en diversas épocas del año. Una de las fechas sabida de tales costumbres era agosto. Y a lo largo del calendario, los mexicas -mal llamados aztecas- sacrificaban personas a quienes vivas les extraían el corazón, bebían su sangre y les cortaban las piernas para lanzarlas los sacerdotes a la grey para que comieran esa carne en honor de sus dioses, particularmente a Mictecacíhuatl, deidad de la muerte.

Los mexicas, que en 200 años pasaron de nómadas bárbaros a dominadores de grandes territorios en que sometieron a otras culturas, tales la tlaxcalteca, la zempoalteca y otras más, a las que imponían tributos a cambio de “defenderlos”.

Podrían ser sanguinarios, déspotas y arbitrarios, pero los mexicas estaba lejos de ser tontos. Para las ceremonias a sus dioses, sacrificaban personas de los pueblos sometidos, a quienes arrebataban hombres, mujeres y niños para asesinarlos en sus altares y agradar a las deidades. Nunca tomaban a uno de los suyos.

Tras la caída de Tenochtitlan a manos de hasta 400 europeos -la mayoría españoles- y cerca de 100 mil indígenas de los pueblos sometidos a la tiranía mexica y la posterior cristianización de los ahora liberados pueblos mesoamericanos, la fiesta de agosto por los muertos pasó a celebrarse el 2 de noviembre. Ese día, el previo, muchas culturas europeas celebraban a los difuntos.

Tales celebraciones provienen del siglo noveno después de Cristo, el papa Gregorio IV estableció el 1 de noviembre dedicado al rezo y a los muertos. Tales prácticas estaban extendidas por Europa: España -por así llamar al territorio de diversos reinos, pues España como nación aún no existía-, Italia, en similares condiciones, Francia, Polonia, Finlandia y varios reinos más.

Varios siglos después, el santo francés Odilio de Cluny, fijo el 2 de noviembre por fecha para honrar la memoria de los muertos.

En la Nueva España -en el territorio que hoy es México-, los frailes catequizadores indujeron el sincretismo entre las poblaciones indígenas y europeas para reforzar el catolicismo, en el siglo 16. Los frailes predicaban en lengua náhuatl y otras prehispánicas, aceptaron la mezcla de las creencias religiosas locales con las cristianas y se estableció el 2 de noviembre para dedicarlo a los fieles difuntos.

Debe entenderse que la Nueva España no fue nunca una “colonia” del imperio castellano, sino un reino miembro de la corona con igualdad de obligaciones y derechos. Los indígenas eran, por tanto, legalmente españoles y súbditos de la corona.

La reina Isabel la Católica ordenó a los súbditos en América lo siguiente: “Cásense españoles con indias e indios con españolas” para propiciar el mestizaje, pues  los matrimonios tales “son legítimos y recomendables porque los indios son vasallos libres de la Corona española”.

El propio capitán Hernán Cortés tuvo un hijo, Martín Cortés, con doña Marina, la así llamada Malintzin (castellanizado a Malinche), cuando en realidad el vocablo era aplicado a Cortés, “marido de doña Marina” reverencialmente.

En ese contexto histórico surgió el mestizaje y el sincretismo religioso y cultural, uno de cuyos derivados más notables es la fiesta del Día de Muertos, que en México se compone de una base católica mezclada con elementos indígenas. Tal es una manifestación de cómo se mezclaron entre sí 2 culturas tan diferentes y originalmente tan distantes.

Ese gran mestizaje racial, religioso, cultural, económico e idiomático, entre otros factores, hizo posible el nacimiento de México, de la civilización de la que somos parte.

Y aunque la celebración del Día de Muertos no fue nunca una tradición propiamente indígena sino europea, la peculiaridad mexicana que hoy conocemos surgió de ese choque de civilizaciones. En esas circunstancias es un signo distintivo de México, el México mestizo, que no es ni sólo español ni puramente indígena, sino un producto superior de nuestra historia.