Armando Martínez Orozco
Hoy no diré nada. Será mi silencio la mejor de las protestas. Suave como un beso olvidado, como una mujer perdida, como el ruido del arroyo por la madrugada.
A quienes no nos recuerdan, nosotros intentamos la lucha en la izquierda desde la adolescencia. Primero con un grupo de amigos. Nos juntábamos en un jardín y borrachos soñábamos con cambiar el mundo, sus injusticias y de alguna forma la policía nos separó.
Después, intentamos con un grupo de puros colimotes algo como rock radical mexicano y nuestra crítica era simple inconformidad con nuestra puerilidad. Nos acercamos al zapatismo y yo fui rechazado pues mi padre ya era entonces un gran periodista y temían que pasara información a su periódico.
En la licenciatura, al ser rechazado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me vi en la necesidad de rendirme momentáneamente. Pensé que definitivamente el mundo no puede cambiarse y que la gente es como es y así había que aceptarlo. Me cansé. Escribí mucha poesía y me inscribí a la Facultad de Letras Hispanoamericanas de la Universidad de Colima. Pero una compañera de clases me hizo soñar.
Volví a juntarme con mis antiguos amigos, peleábamos en la calle ocasionalmente si de defendernos se trataba. Platicábamos sobre punk rock, mujeres y alcohol. Todos habíamos sido vencidos por el sistema príista y no nos quedaba más que nuestra amistad. Practicábamos artes marciales y nuestro sueño era ahora ser peleadores profesionales de la UFC. Ninguno lo logró. A mí me apasionaba mucho el boxeo pero golpeaba más duro de lo que mi técnica podía dar de mí. Torpe como soy, volví al periodismo.
En la sala de redacción de un periódico todavía existente, encontré la neurosis hecha talento. La disputa entre reporteros por la noticia de ocho columnas. Me enfermé un poco y decidí estudiar una maestría en Periodismo político en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, en la Ciudad de México.
Conocí a grandes periodistas de la revista Proceso, La Jornada, Reforma -ahora uno de ellos está en Latinus– y alguno que otro personaje del portal digital Sin embargo.
En ese entonces, yo estaba cautivado por la figura del Chapo Guzmán, sus métodos de tráfico (llenar latas de chiles jalapeños con cocaína), sus escapes del penal de Puente Grande y del Altiplano. Los periodistas de esos tiempos comentaban que el verdadero dueño de México era el Chapo Guzmán. Poco tiempo después sería extraditado.
Volví a Colima a mi antigua sala de redacción. Todos habían cambiado. Nadie conservaba el amor por la noticia y decidí, junto con algunos jóvenes socialistas fundar un medio de comunicación digital. Triunfamos pero perdimos ante el avasallante PRI de aquellos tiempos. Eso antes de 2018.
Llegó el expresidente Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República y de pronto todos los mexicanos eran de izquierda, marxistas de ocasión, leninistas sin vida práctica y Morena sólo había llegado al poder por un antiguo rencor generalizado hacia el PRI y sus abusos.
Mi padre y yo, decidimos entonces fundar Criterios. Y las audiencias de la izquierda nos arroparon, nos cobijaron y entendieron que no estábamos haciendo nada malo, que nuestra única intención era divulgar el periodismo y la literatura como lo hemos hecho toda la vida. Esta vez no diré nada, no tengo palabras para agradecer todo el calor que nos ha dado México. Gracias, infinitas gracias. Y aquí termina esta historia (por el momento).