Armando Martínez de la Rosa

** Los 133 cardenales electores están en Roma para comenzar mañana el cónclave en la Capilla Sixtina.

Hace casi 2 mil años, el 30 después de Cristo, fue electo o designado por Jesucristo el primer Papa de la iglesia católica, San Pedro, que significa piedra. Según el evangelio de San Mateo (versículos 16:18), Cristo le habría dicho al discípulo que lo traicionó 3 veces en un mismo día, Pedro, estas palabras que la iglesia tradujo al latín: Et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam. Es la famosa frase que los católicos conocen y la habría dicho Jesús: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”.

Y 2 milenios después, será electo en Roma el Papa número 267 a partir de que mañana, miércoles, se reúnan 133 cardenales electores en el cónclave cardenalicio en la legendaria Capilla Sixtina.

Elegirán al sucesor de Francisco, esto es, al nuevo líder espiritual de mil 400 millones de católicos que en el mundo habitan. Lo harán en secreto, deliberarán y votarán tantas veces como sea necesario hasta que de la fumata de la Sixtina salga humo blanco.

Los cardenales, como los Papas, están lejos de la santidad. Humanos al fin, como usted, como yo, como todos, les rondan las virtudes y los pecados. Puestos en lucha por el poder espiritual, social, económico y político que da ocupar el trono de San Pedro, los 133 cardenales estarán aislados del resto de los pecadores -salvo los de muchísima confianza que los atienden y les sirven estos días de estira y afloja- hasta que por lo menos 2 tercios más 1 de los así llamados “príncipes de la iglesia” hayan votado por alguno de ellos mismos.

2 tercios son 88.66 cardenales, pero humanos como son, no pueden fraccionarse en decimales, de modo que deben ser 89, y con el 1 más de requisito, se necesitan 90 votos para que uno de ellos sea ungido nuevo pontífice. Reunir esa cantidad de hombres de poder es tarea peliaguda, pero tendrá que culminarse y sólo ellos saben cómo. La santa grilla ha comenzado desde que Francisco enfermó. Probablemente falten algunos votos que se habrán cotizado al alza en la santísima bolsa de valores de la cumbre del clero.

Confrontada la mayoría en los terrenales conceptos de progresistas y conservadores, los cardenales de en medio, los ni muy muy ni tan tan, estarán en condiciones de inclinar la balanza a un lado o a otro. Ya se verá cómo reflejan un mundo polarizado que también se divide entre entusiastas progres y hieráticos conservadores.

Y como sucede en las reuniones políticas de alto poder, o en las de capos del narco, a los cardenales les han confiscado temporalmente sus teléfonos celulares, no vaya a ser que después de deliberar, rezar y encomendarse a Dios para que los ilumine, les dé por el cotilleo,  caigan en la tentación de contagiarse de mundo y se comuniquen con los pecadores del exterior hasta suplir Radio Vaticano con Radio Pasillo y presionen desde fuera a los que están adentro. El mundo está expectante por ver que la fumata de la Sixtina lance humo blanco al cielo, el cielo del que muchos clérigos se están alejando, por cierto, en detrimento del catolicismo y el cristianismo. Humanos, demasiado humanos, diría el agrio filósofo Nietzsche.