Armando Martínez de la Rosa

Sabbath

Como sucede en cualquier sociedad con al menos un mínimo de historia, la de Colima, con 500 años de vida y milenios de tradición prehispánica -una de sus raíces- ha creado sus propias leyendas y sus mitos.

Un mito no es una mentira, sino una narración fantástica que cuenta hechos de una sociedad y describe fenómenos naturales, sobrenaturales, hazañas de héroes o proezas colectivas. Los mitos dan solidez a la tradición de una sociedad y el sentimiento de pertenencia a ella de los individuos que la componen.

Entre los mitos colimotes, uno de los más fantásticos lo narra Gregorio Torres Quintero en su cuento La laguna de Alcuzahue. Una pareja de enamorados escapa a caballo a causa de que su amor era impedido por la familia de la novia. Cruzan la laguna y desaparecen. La fantasía se ha extendido popularmente y cuenta que ahora un cierto día el vaso lacustre se abre y deja ver a la pareja montando el corcel en que huían.

El Rey de Colimán es otra invención colectiva. Tal cacique nunca existió, aunque la leyenda le atribuye haber encabezado la resistencia de los antiguos colimotas a la invasión de pueblos vecinos y, sobre todo, a la española. Nadie en Colima, sin embargo, deja de tener en el Rey de Colimán uno de los símbolos colectivos representativos de nuestra sociedad.

Un mito más es la Piedra Lisa. Al emblemático símbolo de la ciudad capital del estado se le atribuye origen volcánico, y más precisamente que la enorme roca fue lanzada en una erupción del volcán de Fuego. La realidad es que el monolito fue arrastrado poco a poco durante la última glaciación, que comenzó hace 100 mil años y se terminó unos 10 mil antes de Cristo.

La roca ha sido y seguirá siendo un símbolo de la ciudad de Colima y en ella continuarán, generación tras generación, resbalándose los colimenses. Al mito del origen se le agregó uno más reciente: un forastero que se desliza en la Piedra Lisa, se queda a vivir aquí o vuelve al menos una vez más.

La ola verde de Cuyutlán es otro de los mitos recientes de Colima.  A la mítica ola se le atribuye el desastre que el 22 de junio de 1932 arrasó al pueblo cuyutlense, que en ese tiempo era uno de los balnearios más famosos del país. Ahí filmó algunas escenas el legendario cineasta ruso Serguei Einsenstein, director del documental ¡Que viva México!, que no concluyó por diferencias con el productor.

Cuando “se salió el mar” en Cuyutlán, no fue la ola verde la causa del desastre. Ese día, un terremoto de 6.9 grados ocurrió en la región y provocó un tsunami que golpeó directamente al poblado y lo destruyó. Muchas personas murieron esa mañana.

El suelo del centro de la ciudad está cruzado de túneles y catacumbas que, cuenta el mito, son “venas del volcán de Fuego”. La fantasía popular cuenta que hay una que va del hoy ruinoso monasterio de San Francisco a la Catedral, que los monjes recorrían de noche no se sabe para qué fines, si en todo caso podían caminar en la superficie.

La imaginación popular ha convertido a “las venas del volcán” en pasadizos que usaron los cristeros para ocultarse de la persecución del gobierno en la guerra que ocurrió en la tercera década del siglo pasado.

Se han descubierto algunas construcciones subterráneas en el corazón de la ciudad, pero se sabe ya que eran grandes aljibes para almacenar agua potable en tiempos lejanos, cuando la ciudad empezaba a edificarse.

De la laguna María, en el bello municipio de Comala, se cuenta una historia parecida a la de la laguna de Alcuzahue. Y ahora ha corrido la conseja de que el vaso lacustre es un antiquísimo cráter de un volcán apagado. Esto es falso, ya que el origen geológico es otro muy distinto.

Aunque alejadas de la realidad, esas y otras leyendas, esos y otros mitos, perviven en la imaginación popular. Eso es bueno, porque contribuyen a la identidad colimota y son parte de una historia paralela que también es nuestra.