Armando Martínez de la Rosa

Despacho Político

Hace algunas décadas, resultó electo alcalde de un municipio de Colima un candidato asaz corto de entendederas, escasa su preparación escolar, torpe para expresarse y, en suma, inadecuado para el cargo. Tenía, en cambio, un mérito inigualable: era amigo cercano del gobernador en turno. Así llegó al puesto y casi desaparece al municipio.

Alguien creyó encontrarle una ventaja a ese hecho y sentenció: “Lo bueno es que ahora cualquier pendejo puede ser presidente municipal”.

Más o menos eso sucedería con jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial de la Federación, si se aprueba que sean electos por voto popular. Dicen los pregoneros de la reforma que los actuales juzgadores podrán postularse a la elección. Sí, claro, luego de una larga campaña de mentiras, calumnias y desprestigio de que fueron objeto. Por ejemplo, la gran falsedad acerca de los sueldos, asunto que explica con meridiana claridad la ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Margarita Ríos Farjat, quien por cierto fue propuesta por el presidente López, de cuyo gabinete fue parte.

Y si estos demócratas lenguas largas que proponen elegir a jueces, magistrados y ministros ya están encarrerados en su democracia de pacotilla, es oportuno preguntarles algunas cosas. Van.

1.- ¿Por qué no proponen que también sean electos por el voto popular, o al menos de los soldados y mandos del ejército, los jueces de los tribunales militares?

2.- ¿Por qué no alientan que los secretarios de la Función Pública sea electos por sufragio popular para que tengan poder para luchar contra la corrupción, no como ahora?

3.- ¿Y qué tal si lanzan la iniciativa de elegir por sufragio popular a los miembros del Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administrativa que ahora designa el presidente de la república?

4.- ¿Y qué les parece si también deban ser votados popularmente los secretarios de la Defensa Nacional y los de Marina?

5.- Y así también el fiscal general de la República. ¿Cómo ven?

6.- Ya entrados en cuentas, ¿también pueden ser electos los cirujanos especialistas del sistema de salud pública? Vamos, no importa si un médico de medio pelo resulta quien opere del corazón a una de las figuras fulgurantes de la transformación, si fue escogido por el pueblo.

7.- ¿Y si el pueblo bueno y sabio elige los pilotos de aviones y que puedan ser candidatos a tripular un jet de pasajeros el capitán de una avioneta recién salido del curso de piloteo? Y que en un ataque de democracia resulte electo un chofer de autobús o un trailero, a fin de cuentas va a conducir una máquina, ¿no? Con que sea honesto y leal al gobierno es suficiente.

8.- ¿Y cómo ven si para construir puentes y carreteras se elige a los encargados de obras de entre los ayudantes de albañil? Eso sí, los maistros albañiles no podrían postularse porque muchos de ellos ya andan con aroma de fifíes.

9.- ¿Qué tal si encarrerados como están y para mejorar el más popular de los deportes en México, el futbol, los jugadores y los entrenadores votan por quién sea el árbitro de los partidos, a su puro gusto? [Con una excepción, el América, que ya tiene su propio Colegio de Árbitros].

10.- ¿Qué les parece si también se vota popularmente para elegir sacerdotes y obispos, y que puedan postularse monaguillos y sacristanes?

11.- ¿Y qué tal si se somete a voto popular quiénes sean capos de los cárteles para que dejen de dirimir sus diferencias a balazos y mejor se den abrazos? Habría una ventaja: que ellos mismos organizarían sus procesos de votación, al cabo que ya han adquirido suficiente experiencia en asuntos electorales.

12.- ¿Y cómo ven si también sufragamos para establecer los precios de las mercancías, el tipo de cambio del peso y que se trabaje sólo un día a la semana para fomentar el ocio creativo y alentar a la industria cervecera, y de paso, igualmente votamos para que después del día último de septiembre López sea embajador plenipotenciario de México en Madagascar o la Polinesia?

Digo, yo nada más pregunto. Ya ven que un reportero siempre anda de preguntón.